JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Cada vez es más necesario activar en la Iglesia el viejo procedimiento de apelación a Roma. Con el pretexto de defender la fe de los sencillos, se hiere con asombrosa falta de caridad a esos sencillos a los que se pretende cuidar. La prudencia pastoral ha cedido a la desesperante cautela profiláctica. Nadie detiene el curso imparable de esas eximias mentes. En Córdoba, el obispo se ha quejado por la presencia de un teólogo en unas jornadas.
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A última hora, buscando el efecto mediático, emite un comunicado diciendo que las doctrinas de este profesor son nocivas para los sencillos y que desconocía el programa de los actos que él se había comprometido a inaugurar, junto al cardenal-arzobispo emérito de Sevilla.
No sé si en Córdoba es más nociva la deriva de Cajasur, el banco de la Iglesia. Los clérigos gestores andaban ese mismo día más pendientes de la entrada del expresidente de Cajamadrid en la cárcel madrileña de Soto del Real, que de las palabras del teólogo jesuita a propósito de las raíces morales de una crisis en la que los amos del dinero, los banqueros, han sido parte responsable. Las barbas del vecino afeitadas… Hay cosas que dañan más a los sencillos. Que lo pregunten en cualquier rincón de la ciudad califal, “callada y mora”.
La figura de Defensor del Pueblo ya está consolidada en la vida pública. La misma prensa contempla al Defensor del Lector, y hasta los consumidores tienen quien los defienda. No así en la Iglesia, pese a que su legislación canónica admite el recurso ante la suprema autoridad del papa. Si algunas instituciones eclesiásticas recibieran serias visitas canónicas dejarían de zambullirse en las procelosas aguas en donde navegan con temeridad y escándalo. No aguantarían la prueba del algodón.
La figura de Defensor del Pueblo
ya está consolidada en la vida pública.
La misma prensa contempla al Defensor del Lector,
y hasta los consumidores tienen quien los defienda.
No así en la Iglesia.
Cuando veo a tantos eclesiásticos deseosos de que el nuevo Papa renueve la Curia romana, me sonrío pensando si llegará esa reforma a algunas curias diocesanas, bastiones inexpugnables de una resistencia pasiva que se ha propuesto hacer de la Iglesia local un “hortus conclusus”, que traducido viene a ser algo así como un “cortijo andaluz”.
Viene sucediendo en España. En Roma preguntan qué está pasando. Y muestran beatífica sonrisa diciendo que es mejor callar “pro bono Ecclesiae”, que no es otra cosa que “ajo y agua”. Y no crean que lo sucedido en Córdoba es un hecho aislado. A veces, horas antes de cualquier conferencia, los diestros se caen del cartel porque al prelado de turno no le gusta el toreo de salón. Y lo primero que dicen es que no les habían pedido permiso y que desconocían el programa.
Sobre lo primero, habría que preguntar si “todo” tiene que contar con el permiso del obispo diocesano, cosa que dudo y que tiene sus serios matices. A lo segundo, prefiero responder con una frase del famoso historiador y clérigo anglicano Thomas Fuller: “La astucia puede tener vestido, pero a la verdad le gusta ir desnuda”.
director.vidanueva@ppc-editorial.com
En el nº 2.849 de Vida Nueva.