JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Siete leyes, siete, y curiosamente, en casi todas, la Enseñanza de Religión en la Escuela ha sido polémica…”.
Ignoraba que el problema de la educación en España se debiese a la asignatura de Religión, a lo que se ve, una “María” de armas tomar, si hacemos caso del ruido que su tratamiento en la LOMCE ha generado. Sin embargo, no se habla de las medidas (si es que la nueva norma adopta alguna, porque, insisto, nadie las menciona) para luchar contra lo que creía que eran las lacras del sistema educativo: el fracaso escolar, el prematuro abandono de los estudios, una deficiente FP…
La escuela católica ha acogido con frialdad la propuesta del ministro Wert. Pero ni eso hace reflexionar a quienes aseguran que la Iglesia ha ganado la reforma educativa, rumboso titular de fácil regurgitación política. Claro que en estos tiempos de inclemencia intelectual, cada cual rebusca en los think tanks que tiene a mano.
Solo quienes creen que esta ley está pensada para “españolizar” a catalanes y vascos no se han mostrado tan indignados con la Religión en este enésimo anteproyecto educativo de nuestra democracia. Siete leyes, siete, y curiosamente, en casi todas, la ERE ha sido polémica.
¿No habrá llegado la hora de pensar por qué? ¿Debe desaparecer de la escuela pública una asignatura que los padres, mayoritariamente, eligen para sus hijos? ¿Tiene que seguir justificando su razón de ser una materia que es opcional?
La ERE –también ahora– ha entrado por la puerta de atrás, la que le abren los Acuerdos Iglesia-Estado, un derecho que pesa cada vez más como una losa. En países vecinos, donde ya no se confunde laicismo con quijada, sus sociedades han entrado en esa fase donde valoran como un logro la libertad religiosa. Caminan hacia esa “laicidad postsecular”, hacia esa “laicidad de inteligencia” de la que han hablado think tanks más fiables como Habermas o Debray.
También de ahí debería aprender la Iglesia. Apelar a un derecho –que lo tiene, aunque no sabemos por cuánto tiempo– cuando otros –trabajo, vivienda, justicia, etc.– están en almoneda, refuerza la idea del privilegio. La Iglesia –que aún cuenta con el apoyo de las familias– no debiera temer debatir en sociedad que la ERE que propone no hace daño a nadie. Pero hoy, solo escudarse en los Acuerdos debilita sus razones de sentido.
En el nº 2.849 de Vida Nueva.