Presión del rendimiento

Pablo d'Ors, sacerdote y escritorPABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“Tenemos tanta prisa por hacer lo que tenemos entre manos que no vemos lo que sucede a nuestro alrededor…”.

La presión del rendimiento puede centrarnos de tal modo en la meta que pretendemos conseguir que todo lo demás va desapareciendo. Es así como perdemos la objetividad y nos hacemos bichos raros: cada uno con su objetivo bien trazado, pero todos ciegos y enajenados.

Esto no significa que no haya que tener metas, pero sabiendo que la principal es siempre la de llegar a ser una persona. Todas las demás metas deben encarnarse en esta; sin esta, cualquier otra es pura idolatría.

La forma de presión por excelencia es hoy en Occidente la del tiempo, la de su supuesta ausencia. Tenemos tanta prisa por hacer lo que tenemos entre manos que no vemos lo que sucede a nuestro alrededor.

De eso va, por ejemplo, la parábola del buen samaritano. Los primeros dos caminantes ni siquiera pueden ver al hombre que, apaleado, yace moribundo en el camino. Están a lo suyo: cumplen con su deber, pero no con la voluntad de Dios. El propio deber y la voluntad divina no siempre coinciden. Diría incluso que coinciden pocas veces y, cuando lo hacen, solo tangencialmente.

¿Dios? Tú empieza a despojarte de tus cosas y ya verás cómo Él va apareciendo. Es automático: basta dejar de protegerse frente a la vida y a sus supuestos peligros para que Él comience a hacer su aparición. Dios nos ama vulnerables y accesibles, se enternece cuando nos despojamos y nos atrevemos a caminar sin andadores. Dios se emociona cuando ve cómo, aunque con tropiezos, nos encaminamos hacia Él.

Lo que más nos impide vivir a Dios es el miedo a la vida, a su dulce y terrible intensidad.

En el nº 2.849 de Vida Nueva.

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