Libros

ENTRE PALABRAS: ‘La Buena Novela’, de Laurence Cossé


La Buena Novela, novela de Laurence Cossé, Impedimenta

Título: La Buena Novela

Autora: Laurence Cossé

Editorial: Impedimenta, 2012

Ciudad: Madrid

Páginas: 416

ÁLVARO MENÉNDEZ BARTOLOMÉ | Hace años, allá por los noventa, cuando estudié la carrera de Educación Física, tuve un profesor que repetía con insistencia que, por mucha teoría que se expusiera acerca de cómo se bota un balón de baloncesto, al final no queda más remedio que admitir que a botar un balón se aprende botándolo: no hay otra. Digamos entonces que aprender a vivir es una tarea que se realiza viviendo. Verdades de Perogrullo que pasan inadvertidas, pero que, precisamente, hay que recordar.

Es evidente que, para confrontar todos los estados de ánimo posibles que uno puede experimentar, no basta un día ni una semana y, aunque alguien haya dicho que un día puede contener todas las estaciones, la verdad es que tal afirmación procede de la cavilación de una vida vivida (que no acabada). Ahora, que en los libros uno encuentre la sazón y la clave de la existencia en el acontecer de un momento (¿cuánto tiempo es un momento?) es algo que llena de alegría a todo buen lector.

Laurence Cossé (Boulogne-Billancourt, 1950) lo ha demostrado con La Buena Novela, justamente aclamada, con unas mayúsculas y un singular que nada tienen que ver con lo arquetípico propio de la teoría platónica de las ideas. Aquí la cosa cuadra más bien con la gran tarea consistente en reflexionar acerca del verdadero valor de la insatisfacción. No porque la buena literatura no satisfaga –el deseo, el asombro−, sino precisamente por el hecho de que la buena literatura invita a acudir a por más. También esto es aprender a vivir.

Y es que en vivir nos va la vida: “Me he pasado veinticinco años saldando cuentas con el padre, con la autoridad, con la sociedad, sin saldar ninguna cuenta con la realidad; buscando en vano qué hacer con mi vida; autodestruyéndome, en suma. Ya no puedo permitirme malgastar más el tiempo. Tengo cuarenta y cinco años. Debo entregarme a algo que me supere, y es imprescindible que en esto tenga éxito”.

Laurence Cossé, escritora

Laurence Cossé

Así habla Francesca a Ivan cuando analiza la empresa a la que se han lanzado al comenzar fundando una librería que se distinga de todas las demás: La Buena Novela. No solo de modo metafórico, sino también real, se observa cómo “todas las sutilezas de la vida forman la materia de los libros”, de modo que leer es recuperar tantas respuestas como preguntas, no solo ante las ocasiones excepcionales o ante la toma de las decisiones más urgentes o vitales; también ante lo corriente, dificultoso o no, acrisolando de este modo una formidable capacidad de discernimiento, precisamente a raíz de esa pregunta: ¿y yo, qué habría hecho yo? Sucede esto tanto ante la Trilogía de la frontera de Cormac McCarthy como ante la venganza tramada por Shylock en El mercader de Venecia.

Nada de lecciones

Es, podría decirse, una de las grandes cuestiones, lo sabemos, que el libro de Cossé recoge y aborda. Una de las grandes cosas que la literatura logra es la de captar la esencia de la comunicación: conseguir que personas hechas para entenderse se reconozcan, se comuniquen, aprendan todo lo humano compartido. La comunicación, por medio de la literatura, del gran patrimonio de los hombres y, aquí, el silencio… El silencio es una parte integrante de la comunicación, el silencio de la lectura, su dispensa de felicidad clara y simple; sin este silencio no existirían palabras con densidad de contenido.

La Buena Novela no quiere dar lecciones de nada, y es uno de sus aciertos: acudiendo a nombres de autores y de títulos, no pretende acaparar los flashes de las cámaras ni se pierde en una mala aspereza academicista. Es hábil en abordar la curiosa pasta de que está hecho el mundo de los libreros y el tejemaneje del mundo literario, que se critica con una sátira llena de frescura; y esto lo enmarca, si puede decirse así, en una trama muy de suspense policiaco. Todo ello supone una cosa semejante al montaje cinematográfico, que también requiere sus silencios, y a Cossé el difícil montaje que presenta no se le va de las manos.

Del mismo modo que existen filmes magistrales que exponen un cine dentro del cine (pienso en Cautivos del mal de Minnelli o en El crepúsculo de los dioses de Wilder), en la novela de Cossé todo funciona a la perfección, con solvencia, como literatura dentro de la literatura. Es de aplaudir que los trabajos así existan, lleguen, sean leídos y nos comuniquen cierta insatisfacción gozosa.

En el nº 2.854 de Vida Nueva.

Actualizado
27/06/2013 | 08:39
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