Tribuna

Nuevos deseos de amar y servir

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Miguel Miró, prior general de los agustinos recoletosMIGUEL MIRÓ | Prior general de la Orden de los agustinos recoletos

“Para nuestra Orden su pontificado está siendo providencial. Nos está sacudiendo de nuestras rutinas; ha puesto al descubierto nuestras ambigüedades, nuestros miedos, y ha resquebrajado seguridades que venían de muy atrás. Ahora nos sentimos más convencidos de la necesidad que tenemos de partir del encuentro con Cristo, de convertirnos…”.

Querido papa Francisco:

Me he alegrado mucho de que el Señor le haya elegido como Obispo de Roma y Pastor de toda la Iglesia. No lo digo por un cumplido. Admiré la renuncia del papa Benedicto XVI y, ya antes de que Vuestra Santidad fuera elegido, muchas veces en la oración pedí por el nuevo pontífice. Y me preguntaba cómo desearía que fuera el nuevo papa.

A mí me parecía que el nuevo papa tenía que ser un hombre de fe y oración, con una profunda experiencia de Cristo; un buen pastor, con capacidad para dirigir la Iglesia con bondad, fidelidad y sentido renovador; deseaba un papa sencillo que manifestara su misión como un servicio, que se acercara a los pobres y que alentara a todos los que con ellos trabajan; y deseaba, en fin, un buen comunicador que alentara la fe de los católicos y llegara al corazón de tantas personas que buscan a Dios.

Santo Padre, me alegro de que los cardenales fueran a buscar un nuevo Papa “casi al fin del mundo”, porque mis deseos se hacen realidad. Las cosas del Espíritu son así. Vuestra Santidad está suscitando una nueva esperanza. Sus palabras nos llegan al corazón y sus gestos nos animan a vivir el Evangelio. Su persona nos hace pensar que Dios es nuestro Padre, que Jesús camina con nosotros y que el Espíritu Santo guía a la Iglesia y habita en nuestros corazones. Sí, es el Señor quien a través de Vuestra Santidad actúa en nosotros. Su sencillez y alegría manifiestan el gozo que viene de dentro, que surge de la unión con Cristo; eso se percibe y suscita en nosotros disponibilidad y nuevos deseos de amar y servir.

Estuve en la Plaza de San Pedro el 19 de marzo, cuando Vuestra Santidad inició su pontificado. Y estuve también en la audiencia general del 10 de abril, con motivo del encuentro que tuvimos el consejo general con los priores provinciales de la Orden de Agustinos Recoletos. Para todos nosotros fue una experiencia de comunión y una llamada a la sencillez evangélica.

En esta audiencia general, un niño que estaba a mi lado le entregó a Vuestra Santidad un dibujo en el que le decía que al verle le recordaba que Dios es su papá. Este niño dijo lo que muchos sentíamos en la plaza y no sabíamos cómo expresarlo.

Vuestra Santidad, aquel mismo día, nos recordó que somos hijos de Dios: “¡Podemos vivir como hijos! Esa es nuestra dignidad, tenemos dignidad de hijos. Comportémonos como verdaderos hijos. Esto significa que cada día tenemos que dejar que Cristo nos transforme… significa tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirle, incluso si vemos nuestras limitaciones y debilidades”.

Vuestra Santidad está suscitando una nueva esperanza.
Sus palabras nos llegan al corazón
y sus gestos nos animan a vivir el Evangelio.
Su persona nos hace pensar que
Dios es nuestro Padre, que Jesús camina con nosotros
y que el Espíritu Santo guía a la Iglesia.

Le pido que ayude a los laicos, a los sacerdotes y a los religiosos a vivir el Evangelio en comunión fraterna y a anunciarlo con convicción y alegría. En estos tiempos de nueva evangelización, ayúdenos a las religiosas y religiosos a vivir con renovada esperanza el carisma recibido y a reavivar el amor que surge de lo más íntimo de nosotros mismos. De esa forma podremos hacer presente a Cristo con la diversidad de colores y tonalidades de nuestra oración, nuestra vida comunitaria, nuestro apostolado y nuestro servicio a los pobres. En fin, le pido que nos ayude a amar de corazón a Cristo y a servir con humildad a la Iglesia.

Papa Francisco, Vuestra Santidad me va a comprender, ha sido superior en la Compañía de Jesús. Hace algo más de dos años que me eligieron prior general de los agustinos recoletos. Lo acepté como un servicio de caridad y, desde entonces, me pregunto a corazón abierto qué quiere el Señor de mí, qué podemos hacer. El último capítulo general nos propuso el objetivo de revitalizar y reestructurar la Orden para responder desde nuestra identidad carismática a los retos de la nueva evangelización.

Mis limitaciones son evidentes y pido al Señor, con san Agustín: “Toda mi esperanza está en tu gran misericordia, dame lo que mandas y manda lo que quieras” (Confesiones X, 40). Desearía ayudar a mis hermanos a descubrir la “belleza siempre antigua y siempre nueva” que se percibe en el fondo del corazón, y a buscar aquello que más les pueda encender en el amor de Cristo, como decían los primeros recoletos.

Al ver su gozo y alegría en el servicio de gobierno de la Iglesia, pienso en mi responsabilidad y en mis hermanos. Confío en la Providencia y contemplo el futuro con esperanza. Los agustinos recoletos deseamos hacer nuestro el ideal que nos propone san Agustín; a imitación de la primera comunidad de Jerusalén, buscamos tener una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios.

Nuestra misión es estar al servicio de la Iglesia. Estamos extendidos por 19 países. Somos una comunidad nacida dentro de un movimiento de reforma, allá a finales del siglo XVI; y constituidos Orden religiosa en 1912, cuando renacíamos después de casi un siglo de dificultades. Nos sentimos ahora en un momento de inquietud y esperanza, como el de nuestro nacimiento en 1588 o el del resurgimiento, hace 100 años. Nos sentimos, como entonces, llamados a una renovación profunda, necesitamos una conversión personal, comunitaria y pastoral.

Somos conscientes de que, si no cambiamos nosotros, de poco sirven los proyectos de reestructuración.

Sé que no será fácil, pero le necesitamos así.
Ayude a los jóvenes, manifieste su afecto
a los pobres y enfermos;
reforme todo lo que haya que reformar;
despierte el espíritu misionero y siga hablando
del amor que el Padre tiene por cada uno de nosotros.

Le puedo decir, sabiendo que es el sentir de muchos de mis hermanos, que para nuestra Orden su pontificado está siendo providencial. Nos está sacudiendo de nuestras rutinas; ha puesto al descubierto nuestras ambigüedades, nuestros miedos, y ha resquebrajado seguridades que venían de muy atrás. Ahora nos sentimos más convencidos de la necesidad que tenemos de partir del encuentro con Cristo, de convertirnos, de cambiar nuestras personas y nuestras estructuras.

Vuestra Santidad nos lo enseña y da ánimos con sus palabras y sus obras. Y no solo eso. También despierta el sentido profético de nuestra vida y nos indica el estilo que debemos hacer nuestro: de sencillez, audacia, alegría. Y también de comunión, permitiendo que el Señor, con la fuerza de su Espíritu, nos una en la comunidad y que nuestras comunidades sean de verdad evangelizadoras.

Papa Francisco: rezamos por Vuestra Santidad. Sé que en su corazón y en su oración está presente toda la Iglesia; le pido que siga así. Sé que no será fácil, pero le necesitamos así. Ayude a los jóvenes, manifieste su afecto a los pobres y enfermos; reforme todo lo que haya que reformar en la Curia romana, en las Iglesias locales y en las órdenes y congregaciones religiosas; despierte el espíritu misionero y siga hablando del amor que el Padre tiene por cada uno de nosotros.

Santo Padre, gracias por su amor hecho servicio. Con la confianza puesta en la misericordia del Señor, junto con mis hermanos, camino y deseo seguir caminando con Vuestra Santidad.

En el nº 2.854 de Vida Nueva.