JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“No extraña la prontitud con la que los obispos brasileños han salido al paso de estas multitudinarias manifestaciones, para pedir que se ‘escuche el grito que viene de la calle’…”.
El mundo entero está descubriendo estos días que Brasil es mucho más que fútbol y carnaval. Debajo de un despegue económico que ha mejorado todos los índices sociales de este gigante dormido –uno de los nuevos actores que piden paso en la escena de la globalización, junto con Rusia, China, India y Sudáfrica–, se oculta todavía mucha desigualdad y mucha arbitrariedad a la hora de desalojar familias y pisotear derechos antes de maquillar con esos fastos la imagen mundial acorde con su rol emergente.
De ahí que las importantes inversiones previstas para estos años, sobre todo en el campo deportivo –la Copa Confederaciones (2013), el Mundial de Fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos (2016)–, hayan llevado el descontento de los ciudadanos a las calles del país, que apenas pueden tolerar en sus bolsillos –y hablamos de la clase media– la subida del billete del transporte público.
Dicen que, en el Documento de Aparecida, del que el actual Papa fue uno de sus máximos responsables, la palabra que más se repite es “vida”. Por eso no extraña la prontitud con la que los obispos brasileños han salido al paso de estas multitudinarias manifestaciones, para pedir, en una breve nota, que se “escuche el grito que viene de la calle”.
Los prelados muestran su solidaridad y apoyo a las concentraciones pacíficas, un fenómeno que invita a “despertar a una nueva conciencia” que “clama contra la corrupción, la impunidad y la falta de transparencia en la administración pública”.
Acaban de cumplirse dos años desde el grito de los “indignados” españoles acampados en la madrileña Puerta del Sol. Las reivindicaciones eran prácticamente las mismas que las de los brasileños de todas las edades que se han manifestado durante estos días. La pobreza ya era escandalosa entre nosotros, los jóvenes ya salían del país con sus mochilas no por afán de aventura, sino para buscar un futuro digno lejos de sus familias, y esa cosa viscosa y pluritentacular llamada “organismos internacionales” ya decidía sobre los recortes de derechos que nos están haciendo retroceder en décadas de bienestar.
También entonces, en España, estábamos en vísperas de una Jornada Mundial de la Juventud. Pero ahí acaba el resto de similitudes.
En el nº 2.854 de Vida Nueva.