ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid
“las vidas de los santos son el mejor tratado del Espíritu Santo, al tiempo que la más apasionante aventura de la especie humana…”.
Para exhortar a sus discípulos a trabajar por el Reino, el Maestro les propone la parábola de la higuera que habría que cortar, porque no daba fruto.
Por su finalidad didáctica, la parábola plantea la alternativa de manera tajante: sí o no; o produce o no produce fruto. Pero en esta como en otras comparaciones se presupone la existencia de situaciones intermedias: más o menos fruto, más o menos tiempo de espera.
Es lo que sucede de hecho en la vida cristiana, con sus diversos altibajos, lo cual nos sirve a la vez como advertencia de nuestra responsabilidad ante Dios y como estímulo de nuestra corresponsabilidad, para esforzarnos en dar fruto en este tiempo con su gracia, y como esperanza en el amor misericordioso de Dios nuestro padre, de Jesucristo, nuestro hermano, y del Espíritu Santo, nuestra madre.
Ni el mejor novelista ni el más profundo psicoanalista serían capaces de describir los infinitos vericuetos y matices del trabajo de Dios sobre cada moción o emoción del corazón humano en sus encrucijadas entre lo divino y lo humano, la luz y la sombra, el deber y el placer en la vida de los santos.
Así, por ejemplo, san Carlos Borromeo, sobrino del Papa, mientras estaba en Roma, aunque sin escándalos, vivía con el boato de un cardenal del Renacimiento. En cambio, cuando el papa siguiente lo mandó a Milán, de donde ya era arzobispo, se entregó a su pueblo con generosidad y desprendimiento, especialmente con los más pobres y con los apestados de una epidemia. Entonces fue cuando el cardenal Borromeo llegó a ser san Carlos Borromeo.
Vicente de Paúl, durante sus primeros años de ministerio sacerdotal estuvo buscando alguna prebenda clerical para pasar su vida honesta, pero cómodamente. Igual que san José de Calasanz. Etc.
Por eso, las vidas de los santos son el mejor tratado del Espíritu Santo, al tiempo que la más apasionante aventura de la especie humana.
En el nº 2.854 de Vida Nueva.