JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Pocos dudan ya de la eficacia de los documentos que el papa Ratzinger pasó al papa Bergoglio. Pocos dudan también de la decidida actitud del papa Francisco de llevar a término lo que su antecesor, Benedicto XVI, no pudo hacer por falta de fuerzas “físicas y espirituales”. Aquel informe debió de ser demoledor como para que, a los tres meses, habiendo estudiado con asesoramiento lo que allí se decía, haya empezado a funcionar la escoba, la claridad y la limpieza.
Ahora ha tocado el tema del dinero y el IOR, la institución de tan infeliz memoria que ha llevado a algunos a la cárcel y a otros a la muerte. Nadie se explica que la Iglesia aguante esto y lo mantenga. Es un escándalo de gran magnitud que ahora va saliendo a la luz gracias a la renuncia de Ratzinger y a la decisión de Bergoglio. Y la verdad se irá haciendo clara.
Pero habrá que seguir vigilantes para que el gatopardismo del que hablamos no se instale en las nuevas formas de las finanzas, a la espera de los cambios de papas.
El dinero no tiene prisa y es paciente. Mucho he pensado en lo que decía Gertrude Stein: “El dinero siempre está ahí; solo cambian los bolsillos”. Y de esto sabe la Iglesia “demasiado”.
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En el nº 2.856 de Vida Nueva.
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