FRAN OTERO | Las relaciones entre el Episcopado español y los religiosos han dado un paso más tras la publicación, por la Conferencia Episcopal Española (CEE), del documento Iglesia particular y vida consagrada. Cauces operativos para facilitar las relaciones mutuas entre los obispos y la vida consagrada de la Iglesia en España. Un paso más en un camino, “no exento de dificultades y tensiones”, que se intentan resolver en favor de la comunión.
Dicha comunión es fundamental, tal y como se expresa en la Novo millenio ineunte que cita el documento episcopal: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designo de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”.
Con esta pretensión, este documento, aprobado en la Asamblea Plenaria de la CEE el pasado 19 de abril, propone una serie de cauces operativos, “comprendidos y vividos a la luz del magisterio del Concilio Vaticano II y de la doctrina que se ha ido desarrollando, y con la interpretación propia de la norma canónica”.
En primer lugar, el texto reclama un mayor conocimiento y cercanía entre obispos y consagrados y entre estos y el clero secular, y, para ello, cree conveniente que se dé la debida importancia al estudio sistemático de la eclesiología; se fomente la formación permanente de sacerdotes y consagrados, profundizando en la doctrina conciliar sobre la Iglesia particular, el episcopado y la Vida Consagrada; se promueva la información recíproca sobre los planes de formación y sus resultados; y se coopere eficazmente para asegurar la subsistencia y buen funcionamiento de los centros de estudios superiores diocesanos, congregacionales, interdiocesanos o intercongregacionales, así como que se realicen encuentros entre consagrados y clero diocesano.
En segundo lugar, la CEE estima la necesidad de una más amplia integración de los consagrados, según su carisma, en la acción pastoral diocesana y en los órganos de consulta y gobierno. Así, reclama que los religiosos colaboren con el obispo en la acción pastoral para enriquecerla con su carisma y reconoce que su presencia “es un enriquecimiento para la diócesis”.
También se dice que los consagrados “están sujetos a la potestad de los obispos, a quienes han de seguir con piadosa sumisión y respeto, en aquello que se refiere a la cura de almas, al ejercicio público del culto divino y a otras obras de apostolado”.
Finalmente, el documento apuesta por una mayor coordinación, por parte del obispo, de los ministerios, servicios y obras apostólicas que los consagrados realizan en la Iglesia particular.
Se insiste, en este punto, en la comunicación y en el intercambio de informaciones sobre la pastoral diocesana. Además, apuntan que obispos y superiores deben respetar y fomentar las nuevas iniciativas y experiencias pastorales de los consagrados y proponen la programación conjunta de la pastoral vocacional.
En el nº 2.857 de Vida Nueva.