FRANCISCO M. CARRISCONDO ESQUIVEL | Profesor de la Universidad de Málaga
“Juventud total la de un pueblo, y no solo la de un sector, que, en la efervescencia espiritual característica de la edad, quizás haya cometido el exceso de buscar la fe por otros caminos…”.
Brasil está que se sale. El mundo entero le está dando una oportunidad para demostrar su valía, más allá de los tópicos. La elección de Río de Janeiro como sede de la XXXI Olimpiada y, ahora, la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) son testimonios de que Europa confía en el pueblo joven y le cede el testigo, con el movimiento propio de la historia, similar al del primer móvil: de oriente a occidente.
Juventud total la de un pueblo, y no solo la de un sector, que, en la efervescencia espiritual característica de la edad, quizás haya cometido el exceso de buscar la fe por otros caminos, fundando iglesias por doquier, hasta convertirse esta acción en uno de los principales problemas del catolicismo en el Nuevo Continente. Es una cuestión que debe afrontar nuestra Iglesia con soluciones creativas y ejemplares, no con meros dogmatismos.
Estoy convencido de que el papa Francisco, oriundo de un pueblo hermano: el argentino, es consciente de ello. De todas formas, Brasil sigue siendo un país de mayoría católica. Aquellos tópicos que estamos acostumbrados a oír pueden, en cierto modo, acrecentar el carácter festivo de la JMJ. Porque el país de habla portuguesa –donde, por cierto, se aprende español en la enseñanza obligatoria– es algo más que samba y fútbol y, por eso, la alegría del pueblo cobra sentido.
Como hermano, Francisco es allí muy querido. Me consta por mi amiga, la periodista Leila Rosa de Araújo, que la ciudad se ha preparado por todo lo alto, con carteles en el metro repletos de palabras de amor y conciliación. Así pues, ¡Boa sorte, Brasil!
En el nº 2.859 de Vida Nueva.
Número especial JMJ de Vida Nueva