JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | El pasado 12 de septiembre, el papa Francisco recibía a Gustavo Gutiérrez, el religioso dominico peruano de 84 años, considerado como uno de los padres de la Teología de la Liberación. Quienes se han echado las manos a la cabeza desconocen que Benedicto XVI, habiendo animado a superar el método marxista de esta corriente teológica, puso en valor su compromiso con los más pobres e invitó a estar abiertos a las sugerencias del Magisterio y al diálogo permanente.
- A RAS DE SUELO: El trabajo por hacer
Ratzinger encontró un interlocutor apropiado en la figura del autor de la edición de su Opera Omnia, el teólogo bávaro Gerhard Ludwig Müller, arzobispo de Múnich hasta su nombramiento como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, coautor con el propio Gustavo Gutiérrez, en 2004, del libro De parte de los pobres, Teología de la Liberación, teología de la Iglesia, publicado en alemán y ahora traducido al italiano.
No tiene sentido alarmarse por la audiencia concedida al teólogo peruano. Ha habido, en este y en otros pontificados, audiencias a obispos y teólogos más abiertamente en contra de Magisterio, como ha sido el caso de los seguidores del arzobispo cismático Lefebvre, a quienes el Papa emérito tendió la mano una y otra vez en su afán por buscar la comunión eclesial.
Pese a todo, una especie de satanización injusta, bien provista de bulos y aviesas intenciones, se cierne sobre esta teología. Pese a los guiños de los dos últimos papas, han sido ocultados e ignorados por los garantes de un pensamiento único, instalado en los aledaños de la oficialidad eclesial. Desprecian el sudor que hay en lo que late en esa teología.
Nada de malo tiene que el Papa escuche,
hable y dialogue con gente que se ha dejado
la piel en la defensa de la justicia;
con gente que rubrica sus ideas con
su compromiso real de trabajo junto a los más pobres.
Nada de malo tiene que el Papa escuche, hable y dialogue con gente que se ha dejado la piel en la defensa de la justicia; con gente que se ha mostrado abierta a corregir su propia doctrina; con gente que rubrica sus ideas con su compromiso real de trabajo junto a los más pobres, alejados de las puntillas e incensarios y de escenarios parecidos a las soirés francesas.
Leyendo el Documento de Aparecida se ven, entre líneas, muchos de los desafíos de aquella tierra que sigue necesitando, como el resto del mundo, evangelización, conversión pastoral, pero también defensa de la justicia y de los más pobres de entre los pobres. Quienes esto critican son alazanes del conservadurismo, mandarines engolados, gentes monocolores y ardientes defensores de una Iglesia cerrada, eurocéntrica y metida en los tuétanos de un espiritualismo desencarnado.
Con esto de la Teología de la Liberación ha habido una especie de “imaginario colectivo”, metiéndose en el saco de ella a todo aquello que suena a “otra Iglesia”. No es verdad. Este encuentro ha demostrado la solicitud del Papa por todas las Iglesias, su comprensión del mapa que dibuja esta corriente teológica, su pasión por la justicia y la misericordia. Lo demás, con buen criterio, es fácil que encuentre solución.
director.vidanueva@ppc-editorial.com
En el nº 2.863 de Vida Nueva