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Título: Algún día escribiré sobre África
Autor: Binyavanga Wainaina
Editorial: Sexto Piso, 2013
Ciudad: Madrid
Páginas: 324
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ÁLVARO MENÉNDEZ BARTOLOMÉ | Dice Alejo Carpentier, refiriéndose a la Antología negra en la que el poeta Blaise Cendrars recoge una inolvidable colección de relatos africanos, que dicha obra “abrió los ojos al lector de Occidente sobre las añejas fuentes de sabiduría africana”. Estas ‘fuentes’, sin embargo, siguen siendo desconocidas para nosotros, y la obra que presentamos es tan buena muestra de ello que Algún día escribiré sobre África es fruto de la sabia indignación del keniano Binyavanga Wainaina (Nakuru, 1971), ante el número que la famosa revista Granta dedicó a ese continente.
Esa publicación desató la respuesta de Wainaina que se recoge en la trasera del libro: “No me molestaba lo sombrío, sino lo estúpido. No había nada nuevo, nada profundo, sino mucho ‘reportaje’ (…) como si África y los africanos no fueran parte del discurso, como si no vivieran al otro lado de la calle de la oficina de Granta. No, nosotros estábamos ‘allí’, donde gente valiente vestida de color caqui podía acudir para atestiguarlo”. Una versión editada de tal reacción, titulada How to Write About Africa y posteriormente publicada en forma de artículo, se convirtió en el más reenviado en la historia de la revista.
El conocido lema dogmático del despotismo ilustrado tout pour le peuple, rien par le peuple adquiere en esta magistral crónica de la vida en Kenia (y también en Sudáfrica, donde el autor pasó gran parte de su etapa universitaria) una peculiar destilación en ‘todo por África, pero sin los africanos’, que incluye tanto los pasados y presentes desmanes colonialistas de Occidente como las luchas intestinas del África negra, los excesos de sus propios dirigentes y el canibalismo cultural entre africanos, de esos que a menudo llegan al derramamiento de sangre.
La exposición de Wainaina se centra a menudo en el sufrimiento y las heridas que los africanos se infligen a sí mismos, así como en lo que las etnias y los pueblos padecen de mano de sus ‘democráticamente’ elegidos gobernantes.
En ese sentido, el siguiente pasaje es perfecto, cuando, explicando a la par la influencia colonial británica y el colonialismo televisivo-cultural de los Estados Unidos, sostiene: “Y, dentro de todo eso, desde más o menos cincuenta historias y perspectivas étnicas, está Kenia: algo todavía confuso que coge de aquí, de allá y de acullá, que roba de un lado y de otro y que destripa lo ya hecho y lo rehace. A veces se mueve, a veces no. Algunos dirían que no hacemos otra cosa que girar, como un pollo en un asador, por los caprichos de nuestros presidentes imperiales, Kenyatta y Moi. Recorren el país durante todo el día todos los días para ver si ya estamos suficientemente tostados para la cena”.
Confesión, confesiones
No al modo del patrón agustiniano, evidentemente, pero aquí estamos ante una obra de confesión vital, no sistemática, no pautada, pues incluso aunque el avance narrativo es cronológico, el esquema temporal goza de la suavidad propia del salto que ofrecen los recuerdos, cuando se acude a la memoria. En ese manejo Wainaina es admirable, un insaciable lector que a veces necesita, con sus propias palabras, ser lector de “realismo y prosa seca”, cualidades que él atribuye a Coetzee y a Naipaul, cuando el suyo, el del keniano, es realismo aderezado por el fértil empleo del pensamiento africano, un pensamiento que se nutre de la riqueza lingüística en la que allí se comunican.
De hecho, la belleza y el poder plástico de aquellas lenguas –por citar de nuevo a Cendrars− parece permitir un modo de expresión sorprendente, con frases descriptivas y llenas de riqueza −“que bullen y crujen”, que dice Teju Cole, que “se precipitan sobre sus significados, se estiran y vuelven a colocarse en su lugar”−.
Invito al lector, de hecho, a dejarse sorprender por las numerosas metáforas elaboradas por el escritor africano, que hacen de la lengua escrita algo verdaderamente feraz. Pienso que la confesión personal y vitalista que acompaña –que construye− el presente relato sobre África lo es tal por la sabia exposición de las esencias material y espiritual de aquella tierra.
“Casi siempre ver no es más que notar”, donde la presentación del escenario, un continente inmenso, es ineludible, y donde quedamos cautivados por descripciones que envuelven y colorean el lugar, otro de las enormes virtudes del relato: “El paisaje me ha impresionado tanto que durante unos segundos me ha robado la conciencia de mí mismo. Pienso que los momentos como este son la mejor prueba de la subjetividad de nuestros sentidos”.
En el nº 2.854 de Vida Nueva.