GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura
“Incluso quien tiene poca familiaridad con los textos sagrados sabe que están llenos de números que, la mayoría de las veces, no hay que calcular de forma cuantitativa, sino valorar cualitativamente, es decir, como símbolos…”.
Incluso quien tiene poca familiaridad con los textos sagrados sabe que están llenos de números que, la mayoría de las veces, no hay que calcular de forma cuantitativa, sino valorar cualitativamente, es decir, como símbolos. Así, que la creación del universo esté distribuida en el Génesis en los siete días de una semana está ligado a que el siete es un signo de lo pleno y perfecto, naturalmente con sus múltiplos.
Bajo esta luz se entiende por qué se eligen en el Apocalipsis siete iglesias, por qué Jesús nos reprende para que perdonemos no solo siete veces, sino setenta, o por qué el oro puro es “refinado siete veces” (Salmo 12,7). O por qué son setenta los ancianos del “senado” constituido por Moisés, los discípulos enviados en misión por Jesús, los años del exilio en Babilonia y setenta semanas de años las que jalonaban el advenimiento final del reino mesiánico, según el libro de Daniel (9,24).
Igualmente, al tres se le asigna un valor de plenitud, como se ve de modo eminente en la Trinidad cristiana, y aparece ya en tantas otras distinciones ternarias bíblicas: tres eran las partes del Universo (cielo, tierra, infiernos), las principales fiestas de Israel, las oraciones que marcaban el día, los días que Jesús permaneció en la tumba (aunque este cómputo es, en realidad, solo sobre fracciones de días).
El cuatro, evocando los puntos cardinales, propone una totalidad: por eso son cuatro los misteriosos seres vivos que están al lado de Dios Omnipotente según el Apocalipsis o los ríos que recorren el Edén, representando todo el sistema hidrográfico de la Tierra.
A partir del cuatro se genera el cuarenta, enlazado con otro número que indica plenitud, el diez (hay que pensar en el Decálogo): cuarenta son los días y las noches del diluvio, los años del éxodo de Israel en el desierto, los días de las tentaciones de Jesús, los golpes de la fustigación del condenado…
Es también significativo el doce, que encontramos en las tribus de Israel, en paralelo con los apóstoles de Jesús y en el múltiplo 144.000 (12 x 12 x 1000) de los elegidos del Apocalipsis. Otras veces, los juegos simbólicos se hacen más complejos, como ocurre en la fórmula x/x+1: “Hay tres cosas que me desbordan / y cuatro que no logro entender: el camino del águila por el cielo, / el camino de la serpiente sobre la roca, / el camino del barco en alta mar, / el camino del hombre con la mujer” (Proverbios 30, 18-19).
Las cosas se complican ulteriormente en el judaísmo sucesivo, cuando aparece una numerología particular llamada gematría, deformación de la palabra “geometría”. Esta trataba de intuir el significado recóndito y secreto de las palabras basándose en la correspondencia numérica de las letras. Este ejercicio triunfará en la llamada Qabbalah (literalmente, “realidad transmitida”, “tradición”), una teoría mística judaica florecida a partir del siglo XII que ha dejado una huella en varios movimiento esotéricos modernos y en formas populares, algunas contemporáneas, de corte a menudo canallesco e ilusorio
Un célebre ejemplo de gematría cristiana es el famoso 666, el “número de la Bestia” propuesto por el Apocalipsis (13, 18), tal vez el libro bíblico más rico de simbolismos numéricos (¡entre cardinales, ordinales y fraccionarios en esas páginas hay 283 cifras!). Se trata obviamente de un múltiplo de seis, el número imperfecto por excelencia, dado que representa el siete privado de una unidad y la mitad del doce.
Estamos en presencia de un concentrado de límites e imperfecciones cuyo valor gemátrico ha sido interpretado de varias formas. La más común ve en el 666 la suma de los valores númericos del nombre “Nerón César”, transcrito en hebreo como NRWN QSR (N 50 + R 200 + W 6 + N 50 + Q 100 + S 60 + R 200 = 666), el gran perseguidor de los cristianos
En la base de toda la numerología bíblica está la convicción de que el Señor –como se lee en el libro de la Sabiduría, que tal vez evoca una frase de Platón– “todo lo ha dispuesto con peso, número y medida” (11, 20).
En el nº 2.864 de Vida Nueva.