Historias de cine

película La vida de Pi

Fotograma de ‘La vida de Pi’

DOLORES ALEIXANDRE, RSCJ

Subo al desván donde conservo las imágenes que acompañaron mi infancia y me saludan personajes de diferentes procedencias y pelajes que cohabitan en perfecta armonía: veo a Marcelino pan y vino jugando con Celia y Cuchifritín, a Antoñita la Fantástica escuchando La canción de Bernadette, a Guillermo Brown tirándole del rabo a la burra de Pipino y Violeta y a Dumbo tumbado plácidamente a los pies de Carpanta.

En aquel tiempo me daba lo mismo que los personajes fueran del cine, de los libros, del TBO o de la Historia Sagrada: formaban un todo compacto en el que cada uno contaba con libertad su propia historia.

En etapas siguientes y por causas ajenas a mi voluntad, se produjo la escisión: Balarrasa, Damián de Molokai y el cura de La mies es mucha se autoclasificaron como “cine católico” y miraron con hostilidad a Rita Hayworth o a Clark Gable. Esta separación me acarreó secretas culpabilidades, al gustarme más Lo que el viento se llevó (era 3R) que Diálogos de carmelitas.

Luego llegaron años en los que era de obligado cumplimiento asistir a sesiones de cine forum sobre directores “de culto”. Eran coloquios entre iniciados que competían para ver quién hacía el comentario más inteligente, y pobre de ti como se te ocurriera decir que no habías entendido la película o que no te gustaban Truffaut o Bertolucci: eras inmediatamente tachada de las listas de tus amigos, y solo recuperabas su aprecio si colgabas en tu cuarto el cartel de Novecento.

Con los años se me ha vuelto a juntar lo que nunca debió estar separado, y eso que no siempre consigo explicárselo a otros: en un retiro sobre la Eucaristía, puse Diarios de motocicleta, una película llena para mí de rasgos “eucarísticos”, pero uno de los asistentes se enfadó y dijo que lo último que esperaba encontrarse en un retiro era al Che Guevara. Tampoco logré en otro grupo que entendieran por qué Mi gran boda griega es una preciosa parábola de la Encarnación.

Escarmentada por tanta incomprensión, no pienso volver a contar por qué La rosa púrpura de El Cairo, de Woody Allen, me hizo entender cómo leer la Biblia.

Si alguien está interesado, puedo explicárselo en particular.

En el nº 2.866 de Vida Nueva.

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