JOSÉ LUIS CELADA | Redactor de Vida Nueva
“Leyendo a esta mujer, quizás todos aprendamos a rebajar nuestras aspiraciones (y posibilidades)…”.
Gracias a alguna de las escasas entrevistas concedidas a lo largo de su ya dilatada trayectoria, hemos sabido ahora que Alice Munro (Canadá, 1931), la flamante Nobel de Literatura, decidió años atrás abandonar el oficio para convertirse en “una señora normal”. Su trabajo como escritora le estaba resultando “demasiado duro”. Solo seis meses después, sin embargo, se dio cuenta de que “no sabía hacer nada más”, y volvió a sus relatos.
Pero no porque necesitase el aplauso de los lectores. La educación recibida de sus antepasados presbiterianos siempre le hizo tener muy presente que “cualquier cosa que llamase la atención hacia uno mismo era considerada un pecado terrible”.
Rara avis en el universo editorial, obligado a gestionar los egos casi con la misma habilidad que los recursos económicos. Y una hermosa lección de humildad para no pocos plumillas empeñados en seguir torturándonos con una vocación literaria más sobrada de autoestima y vanidad que de talento.
Leyendo a esta mujer, quizás todos aprendamos a rebajar nuestras aspiraciones (y posibilidades). Munro nos enseña que, al fin y al cabo, la vida es un cuento; y que dura apenas una siesta, el tiempo que ella empleaba en imaginar tantas historias familiares de gente corriente mientras sus hijos dormían.
En el nº 2.868 de Vida Nueva.