ANTONIO SPADARO | Director de La Civiltà Cattolica
“La Red forma parte de nuestro ambiente vital, y en ella ya se desarrolla una parte de nuestra capacidad para adquirir experiencias…”.
El año pasado di una conferencia a la Coordinadora de las Asociaciones para la Comunicación en la que me pidieron que les hablara de cómo la Red puede ser un “recurso de sentido”. El encuentro y el debate fueron apasionantes.
Empecé precisando que fue Benedicto XVI, en su 45º Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, quien afirmó que las nuevas tecnologías “pueden contribuir a satisfacer el deseo de sentido, de verdad y de unidad, que sigue siendo la aspiración más profunda del ser humano”.
Luego subrayé que el papa emérito también definió las redes sociales usando las metáforas de “puerta” y “espacio”. Al utilizar estos términos, se entiende que considere la Red como un espacio de experiencia. Este espacio no es un simple “contenedor” de la experiencia, sino la apertura de una extensión. La invitación es, por tanto, a ampliar nuestros horizontes, a escuchar los deseos profundos que el hombre expresa hoy muy bien también en la Red.
La tecnología tiende a convertirse en el tejido que conecta muchas experiencias humanas, como las relaciones y el conocimiento. Por eso es indispensable hoy poder presentar el Evangelio como el lugar en el que las preguntas profundas que se hace el hombre toman forma, como el mensaje que expresa las preguntas de sentido y de fe, que también en la Red van haciéndose camino.
La cultura del ciberespacio propone nuevos desafíos a nuestra capacidad para formular y escuchar un lenguaje simbólico que hable de la posibilidad y de las señales de la trascendencia en nuestra vida.
Mientras se mantenga el dualismo on/off se multiplicarán las alienaciones. Mientras se diga que hay que salir de las relaciones en la Red para vivir relaciones reales se confirmará la esquizofrenia de una generación que vive el ambiente digital de manera puramente lúdica, en el que pone en juego una doble identidad que vive de banalidades efímeras, como si fuera una burbuja carente de realismo físico, de contacto real con el mundo y con los otros.
El desafío es claro: no hay que ver la Red como una realidad paralela, sino como un espacio antropológico interconectado con los otros niveles de nuestra vida. Estamos llamados, por tanto, a vivir sabiendo que la Red forma parte de nuestro ambiente vital, y que en ella ya se desarrolla una parte de nuestra capacidad para adquirir experiencias.
En el nº 2.868 de Vida Nueva.