JOSÉ MORENO LOSADA | Sacerdote de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz
“Había quien desconfiaba y nos decía que había que dar tiempo, pero según pasan los días, me sigo confirmando en el sentimiento de comunión y esperanza…”.
Querido papa Francisco:
Desde tu presencia en el balcón y tus primeros gestos, quedé seducido y me sentí en comunión eclesial, con novedad y gracia. Había quien desconfiaba y nos decía que había que dar tiempo, pero según pasan los días, me sigo confirmando en el sentimiento de comunión y esperanza.
Son muchas las ideas y sentimientos que me van ganando y animando en el ministerio pastoral, en este quehacer de Iglesia al servicio del Reino. Y descubro la sintonía con claves fundamentales que, de un modo sencillo, nos sirves en signos y palabras. Entresaco, a modo de decálogo, algunas.
I. Iglesia afectada: “El pastor debe oler a oveja”. La prolongación de la encarnación del Verbo sigue siendo un reto y una clave de la misión de la Iglesia. Tú nos muestras que hoy, como nunca, el mundo necesita una Iglesia afectada, con sensibilidad profunda y auténtica, y este es el verdadero tesoro que los cristianos llevamos en vasos de barro para que los demás pueden beber consuelo y esperanza. Tus indicaciones señalan como reto que las alegrías y tristezas de los hombres sean las de la Iglesia.
II. Una Iglesia arriesgada: “Que no nos venza el miedo y el pesimismo, tentaciones del Maligno”. La salvación y realización eclesial –su misión– no llegan por la seguridad, sino por el riesgo de la entrega. Lo mejor de la Iglesia no se desarrolla cuando el criterio es la conservación –provocada por el miedo–, sin más, frente a los otros. Tú nos haces ver que Jesús lo tiene claro: la persona y la comunidad cristiana se realiza y enriquece cuando se abre y arriesga sin miedo para realizar los deseos y sueños más profundos y comprometidos.
III. Una Iglesia generosa y gratuita: “Deseo una Iglesia pobre y para los pobres”. Vencer la tentación de la posesión como elemento de seguridad es condición básica para poder vivir lo comunitario y ser comprometidos. Y tú, con acierto, nos dices que la generosidad, como clave eclesial, enriquece y lleva a la plenitud su realidad sacramental. Solo hay un modo de ser Iglesia en tu estilo: la gratuidad que genera el verdadero amor.
IV. La Iglesia que busca el verdadero reconocimiento: “Somos príncipes, pero príncipes del Crucificado”. El éxito puede ser el mayor obstáculo para la verdadera alegría eclesial, que se gesta en la coherencia de lo auténtico. El reconocimiento, según lo presentas, hoy no puede venir por una defensa de la institución y sus tradiciones, sino por una vuelta a la fuente original del Evangelio, dejándonos purificar y transformar por él.
V. Una Iglesia que sirve: “Que el servicio sea nuestro poder”. El poder, tan necesario junto a la verdadera autoridad para el bien común, fuera del contexto del compromiso y la comunidad, se hace cruel. Hoy, nos recuerdas que necesitamos una Iglesia que tenga y use de verdadera autoridad, al estilo de Jesús.
VI. Una Iglesia sencilla y corresponsable: “Esto es lo que Jesús nos enseña y esto es lo que yo hago. Es mi deber, me sale del corazón y amo hacerlo”. Nos invitas, con tu modo de hacer y revisar, a seguir el estilo de Jesús: los sentó en grupo… y cogió los cinco panes y los dos peces… (Mc 6,30-42). Todo contando con ellos, con los discípulos y con los demás, con su realidad y autonomía personal, para que todos fueran protagonistas.
VII. Iglesia de la comunidad y la fraternidad: “Acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños”. Lo tienes claro: para ti no hay yo sin nosotros. La fe es comunitaria y construye comunidad. Una comunidad abierta al mundo. Vivir y generar fraternidad, ahí está escondido el misterio de la vida y del Reino.
VIII. Una Iglesia encarnada: “El preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura”. Nada más lejos del Evangelio que huir de la vida, la historia, la humanidad. El Reino está dentro de vosotros y en medio de la realidad, como los lirios, los pájaros, la oveja perdida, la siembra, el padre y el hijo, la mujer que barre en la casa, el empresario, el obrero, el viñador, el pastor, la plaza, la sinagoga, el camino, el lago, la orilla, mar adentro… Encarnarse, meterse en el mundo, como la levadura en la masa, todo para darse y entregarse, para hacer el mundo según Dios. Así lo haces y pides a los bautizados.
IX. Una Iglesia universal desde los últimos: “Que la unción llegue a todos, incluso a las ‘periferias’, donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora”. Con verdadera humildad: a nadie debáis nada más que amor. Para ti, el texto de Mateo (cap. 25) sobre el juicio escatológico no es complementario ni específico: es transversal y general en lo que se refiere a las verdaderas competencias cristianas para las que nos habilita la gracia, y no debemos saltarlo u olvidarlo. Y menos debe hacerlo la Iglesia si tiene o quiere tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús.
X. Una Iglesia de Cristo: “Podemos caminar todo lo que queramos, podemos edificar tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona”. No hay duda: la Iglesia no puede ser sin Cristo, y, si lo hacemos, pierde su valor más auténtico. Vivir desde el Padre es la clave fundamental desde la que vivió Jesús y es lo que quiso transmitirnos como elemento central de la fe. Tu modo de presentar a Cristo nos lleva a confiar en el Padre: “Si esto hace con los lirios y con los pájaros, qué no hará por vosotros, hombres de poca fe” (Mt 6, 28).
En el nº 2.868 de Vida Nueva.