PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor
“Hasta que no entendamos la eficacia sobrenatural de la contemplación y del sufrimiento, nuestra fe cristiana –siento decirlo– sigue en pañales…”.
El mejor modo de solucionar un problema es ponerlo en manos de Dios. Pero no es sencillo, pues requiere que nos dediquemos solo a Él, confiados en que se ocupará de nosotros.
Lo que impide que un problema se solucione es que nos preocupamos demasiado por solucionarlo. Ningún verdadero problema se resuelve por nuestra intervención directa; pero ningún verdadero problema se resuelve tampoco sin nuestra indirecta intervención, es decir, sin que nos preocupemos por las cosas de Dios. Si aplicáramos esta ley, nuestra vida daría un vuelco radical.
Entonces, ¿por qué no lo aplicamos? Porque no la creemos: nos parece una teoría bonita, pero falsa e ineficaz. El problema radical es, pues, de confianza. Pero la confianza también se puede entrenar. Hay un camino: la oración contemplativa.
Ante los problemas, actuamos con el pensamiento y la acción. Pensamos en cómo resolverlos y ponemos en marcha las soluciones.
Sin embargo, los problemas de fondo no se resuelven por esta doble vía. Ante los verdaderos problemas hay que desplegar otras potencias: la contemplación y el padecimiento o, por decirlo en una única expresión, la pasión contemplativa. Cuando humanamente parece que ya nada cabe hacer, cabe todavía contemplar esa realidad y padecerla.
Hasta que no entendamos la eficacia sobrenatural de la contemplación y del sufrimiento, nuestra fe cristiana –siento decirlo– sigue en pañales.
En el nº 2.869 de Vida Nueva.