FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España
“La única fiesta que cabe estos días para los cristianos es saber impregnar a nuestros hogares de la alegría compartida por todos de darle la bienvenida a Jesús y, pese a las circunstancias adversas que podamos sufrir…”.
Hace un año, en estas mismas páginas, con el título de Tiempo de Navidad reflexionaba desde mis recuerdos personales sobre cómo el transcurrir de la vida es, las más de las veces, una simple vuelta constante a nuestros orígenes, que en estas fechas íntimas y familiares resurgen con mayor intensidad y con cierta carga de nostalgia, producida en gran medida por la evocación de los seres queridos que hoy ya no nos acompañan.
Cuando veo a mis nietos bulliciosos y nerviosos armar el Nacimiento o ensayar los villancicos, mejor entiendo el rescoldo nunca apagado que en nuestro corazón dejan la ingenuidad y la sencillez con la que aprendes a ser cristiano en el seno y en el ejemplo de tu familia; semilla que, aunque con los años se agoste, nunca muere y siempre está presta a germinar, sobre todo en los momentos de soledad o dificultad, convirtiéndose en consuelo y lenitivo de nuestros pesares.
Nada hay más estéril que pensar en lo que pudo ser pero no fue; sin embargo, nada resulta más gratificante que recuperar la inocencia feliz de volver a ser niño contemplando el portal de Belén y escuchar a tu padre contarte cómo el ángel que está suspendido sobre el Misterio es, nada menos, que tu ángel de la guarda, el que te acompañará y te protegerá a lo largo de toda tu vida.
Ningún docto tratado de teología puede explicar la naturaleza de la fe mejor que los ojos de un niño que, ante la figura del Niño Jesús, siente su amistad e inicia con Él una relación de íntima confianza, admirado por las circunstancias extraordinarias de su nacimiento, a la vez que conmovido por el ambiente de fiesta y alegría que reina en su familia.
La Navidad es un buen momento para
no tener vergüenza de ser cristianos
y celebrarla como tales,
transmitiendo a los más pequeños los valores que
nos transmite el relato del nacimiento de Cristo.
La única fiesta que cabe estos días para los cristianos es saber impregnar a nuestros hogares de la alegría compartida por todos de darle la bienvenida a Jesús y, pese a las circunstancias adversas que podamos sufrir, superarlas al amor del sentimiento profundo de ser familia, sin sentir la necesidad de oropeles y quincallas, como en su tiempo tampoco tuvo la Sagrada Familia.
Posiblemente no haya mayor contradicción entre el culto al becerro de oro que hoy nos toca vivir y la esencia del mensaje evangélico que estas mal llamadas “Fiestas de Navidad”, presididas por la hortera ostentación de un mayor o menor consumo, y donde el disfrute del asueto solo sirve para disgregar e impedir la reunión de las familias.
La Navidad es un buen momento para no tener vergüenza de ser cristianos y celebrarla como tales, transmitiendo a los más pequeños, desde el ejemplo de la cordialidad reinante en el ambiente familiar, los valores que nos transmite el relato del nacimiento de Cristo y los humildes personajes que lo protagonizan.
Bendita sea la mesa donde, sin importar los alimentos, todos podamos cenar juntos en la Nochebuena; bendito sea el instante en que cantemos coplas y villancicos al poner al Niño en el portal; y bendito sea también el frío de la noche al ir a la Misa del Gallo y enseñarle en el camino a los pequeños la luz de la estrella de Belén.
Y que los niños sueñen –bendita ilusión– al escribir su carta a los Reyes Magos, gozando nosotros de sus risas de alegría al ver que, aunque sea humilde, Melchor, Gaspar y Baltasar siempre dejarán un pequeño recuerdo para ellos.
Benditos sean, sobre todo, nuestros padres y nuestros abuelos, que, con su amor, su ejemplo y sus enseñanzas, al celebrar la Navidad nos permiten ser nuevamente niños, y en los hogares en los que haya chiquillos, nos ayudan a que, pasado el tiempo, algún día en sus vidas puedan también ellos recuperar sus recuerdos y sentir la alegría de ser cristianos.
En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial