FRANCESC TORRALBA | Filósofo
“Solo es creíble el ejemplo. Por ello es tan difícil ser verdaderamente maestro…”.
Educamos más con lo que hacemos que con lo que decimos y, sin embargo, seguimos prestando más atención al discurso que a la acción, a los papeles que a las personas, a las palabras que a los hechos. Los maestros somos observados minuciosa y atentamente, tanto en el aula como fuera de ella. A veces, hasta somos fiscalizados por nuestros alumnos o por sus padres.
Solo el ejemplo educa. Cuando el discurso no va acompañado de acciones coherentes, cuando las palabras no se transforman en hechos afines, no se produce el acto educativo. La coherencia es el único modo de educar, el único camino para ser creíbles como maestros.
No podemos exigir que estudien si no ven en nosotros la pasión por el estudio. No podemos obligarles a escuchar si nosotros no les escuchamos nunca. No podemos exigir que lean si ellos no ven que la lectura es fundamental en nuestras vidas. No podemos predicar la tolerancia si somos intolerantes con un niño en el aula.
Un maestro no puede exigir el estudio a sus alumnos si él no estudia todos los días. No puede exigir puntualidad si él no lo es; no puede exigir justicia si él no es justo a la hora de examinar; no puede exigir tolerancia si él no es tolerante con opiniones y creencias contrarias a las suyas; no puede requerir sobriedad y austeridad a sus alumnos si él no vive austera y sobriamente. El lenguaje prescriptivo solo es valioso si el emisor es coherente.
Solo es creíble el ejemplo. Cuando el alumno percibe que existe una contradicción entre lo que el maestro exige o impera y lo que él hace con su vida, toma distancia de él y se siente engañado. Por ello es tan difícil ser verdaderamente maestro. No se trata solo de saber cosas; no se trata solo de poseer habilidades comunicativas, didácticas y pedagógicas o cultura general; se exige coherencia, congruencia, y ello es arduo y difícil no solo para los maestros, sino para todo ser humano.
El niño aprende por mímesis, por imitación del referente. Tanto en el pasado como en el presente, el alumno aprende por repetición, observando al maestro y reproduciendo, a pequeña escala, sus gestos, movimientos, palabras y actitudes.
El proceso educativo no es unilateral. Se trata de un proceso, de un continuum de movimientos, de una cadena de acciones, de palabras, de pequeñas intervenciones y de actos, aparentemente aislados y separados, pero que forman un conjunto, una unidad de significado. Es una obra de arte colectiva, pues el maestro actúa, acompaña al alumno, interviene sobre él; pero no está solo en esta labor. Incide una urdimbre de figuras, de educadores formales e informales que, de un modo u otro, esculpen el alma del alumno.
Educar es un proceso y no un acto, un proceso bilateral, pues solo puede tener lugar si se da el encuentro, si se produce el contacto entre el maestro y el alumno, entre un ser humano dispuesto a enseñar lo que ha aprendido y otro dispuesto a aprender, a conocer lo que todavía ignora, a adentrarse en un territorio que desconoce. Es una relación dual, de alteridad, que presupone, por definición, un encuentro entre dos personas. Sin encuentro no hay educación posible.
La ejemplaridad y la cultura del encuentro son los dos fundamentos de la práctica educativa y son los aspectos esenciales que debemos tener en cuenta a la hora de mejorar ostensiblemente el sistema educativo de nuestro país.
En el nº 2.878 de Vida Nueva.