Tribuna

Un acto de justicia que no le llega tarde a Sebastián

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Antonio Pelayo, corresponsal de Vida Nueva en RomaANTONIO PELAYO | Corresponsal de Vida Nueva en Roma

“Bergoglio conoció a Sebastián a través de algunos de sus libros, no sabemos exactamente cuáles. No importa: son muchos y todos excelentes…”

A Fernando Sebastián le sobran méritos, si podemos utilizar esta expresión, para haber sido nombrado cardenal por el papa Francisco. Quiero decir que la suya es una personalidad rica en múltiples aspectos: su trayectoria eclesial es ejemplar, su producción libresca muy cualificada (“la mejor cabeza de nuestro episcopado”, me dijo de él un día el cardenal Cañizares), su fe es profunda y madura, y su carácter muy atractivo.

Bergoglio conoció a Sebastián a través de algunos de sus libros, no sabemos exactamente cuáles. No importa: son muchos y todos excelentes. Formado en Roma y en Lovaina, el neocardenal ejerció el profesorado de la Teología durante muchos años y fue feliz. Se le cruzó por medio el decanato y después el rectorado de la Universidad Pontificia de Salamanca. Fue en años peliagudos, pero supo resolver la crisis con tacto e inteligencia. Estas cualidades le llevaron en 1979 a ser nombrado obispo de León y, en 1982, secretario de la Conferencia Episcopal Española (CEE).

De él se ha dicho que es “taranconiano”; yo añadiría que a mucha honra. Pero este adjetivo se le había atragantado a más de uno de nuestros más altos jerarcas, y se lo hicieron pagar “sacándole” de la secretaría de la CEE, para la que había sido reelegido con una notable amplitud de votos. No rechistó y se empleó a fondo en su tarea de pastor en Granada –hasta donde le dejaba el celoso arzobispo del que había sido nombrado coadjutor con derecho a sucesión– en Málaga y, después, en Pamplona y Tudela. Dio todo lo que tenía –que es mucho– y nunca se quejó de las trapisondas que le jugaron algunos ni de las zancadillas de otros.

Además de sus tareas como prelado español, ha tenido una destacada acción en varios de los Sínodos de los Obispos a los que asistió en Roma por elección de sus hermanos en el episcopado. En el de 1994, dedicado a la Vida Consagrada, su papel fue relevante y así lo reconoció el cardenal Eduardo Martínez Somalo, que fue uno de los tres presidentes delegados. Lo mismo, e incluso algo más, puede decirse de su trabajo en la segunda Asamblea Especial para Europa, en 1999, de cuyo mensaje final fue uno de sus principales redactores.

En la Casa de Espiritualidad de Málaga, don Fernando seguía y seguirá oteando con atención, y a veces con aprensión, el futuro de España y de nuestra Iglesia, la española y la universal. Con Ratzinger estaba intelectualmente muy identificado –ambos han sido profesores de Teología Dogmática–, pero Bergoglio le ha hecho la justicia que otros le negaron. ¡Laus deo!

En el nº 2.878 de Vida Nueva.

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