JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Parece que la vice ya ha olvidado que España está viviendo una fractura social de la que no se sale con dos trimestres consecutivos de índices raquíticos…”
No soy de los que se escandalizaron cuando, hace dos años, la mismísima vicepresidenta del Gobierno fue invitada a pregonar la Semana Santa desde la catedral de su Valladolid natal. El Código de Derecho Canónico –es un decir, claro– puso el grito en el cielo porque el Ayuntamiento (sí, el Ayuntamiento, pero esa es otra historia, y larga) había invitado a Soraya Saenz de Santamaría, casada ante los hombres pero no ante Dios, a dirigir a sus paisanos, desde tan solemne lugar, unas reflexiones sobre un acontecimiento de gran trascendencia para la vida de los cristianos.
No escuché de sus labios las barrabasadas que presagiaban escribas de toda condición, algo que no puedo decir de curas que relacionan estos días, desde lugares también acogidos a sagrado, cánceres y otros males con la homosexualidad…
Más me han chirriado sus declaraciones sobre la revuelta ciudadana en el barrio burgalés de Gamonal, que logró paralizar unas obras que los vecinos consideraban innecesarias ahora ante problemas sociales más acuciantes que no tienen respuesta: “Todos los indicadores ven una recuperación económica que no sé si casa mucho con las protestas sociales”, dijo.
Parece que la vice ya ha olvidado que España está viviendo una fractura social de la que no se sale con dos trimestres consecutivos de índices raquíticos (algunos dicen que ni en dos décadas de bonanza post reforma laboral), que un 20% de sus compatriotas vive sumido en la pobreza, que hay miles de familias que no tienen a ningún miembro trabajando, que muchos de esos parados jamás encontrarán un empleo en su vida porque ya forman parte de los márgenes o que el hambre ha vuelto a asomar la patita en las pesadillas infantiles.
Aunque desde sus altas responsabilidades la vicepresidenta no los reconozca ahora, todos ellos son esos “cristos derrotados y vírgenes atribuladas” que ella veía, aterida de frío, en aquellas semanas santas en su Valladolid de “niebla y capuchones”. Y se merecen, como aquellas tallas con “el dolor cincelado en madera” que transportaban en los pasos que conmovían su mirada infantil, cuando menos, un silencio respetuoso, si no una disculpa.
En el nº 2.879 de Vida Nueva.