Un libro de Vicente Vide (Sal Terrae, 2013). La recensión es de Manuel María Bru Alonso
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Título: Comunicar la fe en la ciudad secular. Teología de la comunicación
Autor: Vicente Vide
Editorial: Sal Terrae, 2013
Ciudad: Santander
Páginas: 160
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MANUEL MARÍA BRU ALONSO | El actual “eclipse de Dios”, tan indiscutible como fenómeno social y cultural como irreductible a explicaciones simplistas, es para Vicente Vide un desafío y una oportunidad para la nueva evangelización. Apoyándose en que en todo hombre anidan, en expresión de Unamuno, “las grandes y eternas inquietudes del corazón”, esta teología de la comunicación de la fe plantea con precisión y originalidad incontables preguntas y respuestas. La profundidad de los análisis, la novedad de las perspectivas abiertas, y la claridad y concisión de la exposición hacen de este libro una obra muy sugerente para todos los interesados en el tema, y llena de propuestas sorprendentes para los más aviados expertos, tanto teólogos como pastoralistas.
Distinguiendo secularización y secularidad, sacralizar y consagrar, ocaso y reconfiguración de lo religioso, empieza explicando las diversas teorías sobre la secularización que convergen en el “descontento del descontento”, en el amplísimo abanico de creencias, increencias, de agnosticismos y de derivaciones y sucedáneos de lo religioso en la actual sociedad secular. Viene a la memoria, al leer este interesantísimo análisis, aquella “profecía” del teólogo Paul Tillich de que, en el siglo XXI, la diferencia religiosa fundamental no se daría entre creencia e increencia, sino entre inquietud e indiferencia.
Sin olvidarnos de este contexto socio-religioso, el autor nos conduce a un nuevo ámbito de reflexión propiamente teológico, en el que –en apenas 21 páginas– nos dirige, con el mismo rigor y claridad, a una comprensión interpelante de los diversos aspectos de la fe, en sorprendente sintonía con la encíclica Lumen fidei del papa Francisco.
Partiendo de que la fe no “se tiene”, sino que “nos tiene”, se apuntan caminos de vivencia y de transmisión de la fe, a la vez que se advierte de los peligrosos extremos a la hora de afrontar esta transmisión (integrismo/sincretismo; sola ortodoxia/sola ortopraxis). Y es en la Sagrada Escritura y en la enseñanza del Concilio Vaticano II donde busca el autor el criterio justo para una comunicación de la fe que ni claudica del mandato misionero ni se refugia en una nostálgica mentalidad de cristiandad.
El paso de la teología de la fe a la teología de la comunicación abre el melón de la reflexión de Vicente Vide sobre los nuevos lenguajes de la evangelización, empezando por comparar el lenguaje de dos concilios consecutivos: el Vaticano I y el Vaticano II, y el uso en ambos del mismo término Evangelio y sus derivados evangelizar y evangelización. No me resisto a adelantarles el resultado: si en el Vaticano I solo aparece una vez el término Evangelio y ninguna evangelizar ni evangelización, en el Vaticano II Evangelio aparece 157 veces, evangelizar 18 y evangelización 31 veces.
Comprensible y vivencial
Los nuevos lenguajes de la evangelización no tienen nada que ver con la “extravagancia de intentar novedades solo para satisfacer al hombre contemporáneo”, sino sencillamente de hacerse comprensible y vivencial, teniendo en cuenta para ello la nueva filosofía del lenguaje que diferencia entre informar y preformar, entre aserción y asentimiento.
Distinción reconocida por Benedicto XVI aplicada a la evangelización, que lleva a la conclusión de que “la comunicación de la fe no puede reducirse a un mero mensaje informativo”. Al menos, sin traicionarla.
La teología de la comunicación hunde sus raíces en la preponderancia de los conceptos bíblicos de dabar (veterotestamentario) y logos (neotestamentario) y, por ende, en la misma cristología: el logos hecho carne significa que es la misma acción comunicativa de Dios la que se ha hecho carne. Palabra y silencio teológicos que iluminan la metodología del anuncio cristiano, que en una cultura de la imagen prioriza las narraciones, los símbolos y los testimonios, en un discernimiento crítico con una cultura mediática en la que “no es que la imagen reproduzca la realidad, sino que la realidad se esfuerza por parecerse a la imagen”.
Las diversas características de este lenguaje mediático (hiperestimulación sensorial, cultura mosaico…) plantean cómo la evangelización puede y debe armonizar la cultura del discurso con la cultura de la imagen, conciliando emotividad con racionalidad, narración y simbolismo.
En último lugar, a partir de los precedentes análisis, el autor propone cinco vías para la nueva evangelización. No son propuestas técnicas o estratégicas, y mucho menos recetas. Se trata de una relectura de la idea de los preambula fidei: la evangelización hoy ha de ser un diálogo con el hombre actual, en el que compartir la común existencia sea la base para poder buscar juntos la fe.
Estas vías son la búsqueda del sentido de la vida, en la conciencia de finitud y nostalgia de infinitud; la experiencia transparente de la belleza como gratitud, asombro y arrebatamiento; la autonomía y complementariedad de la ciencia y la religión, lejos de cientifismos, fundamentalismos y bio-neuro-teologías al uso; la vía del potencial simbólico y humanizador de la espiritualidad; y la vía de “los lenguajes de la fraternidad, la solidaridad, la utopía y la esperanza”.
Magnífico libro, en conclusión, que descubre en la nueva ciudad secular (no secularista) no solo desafíos, sino también oportunidades para una nueva vivencia y comunicación de la experiencia cristiana.
Vivimos en un contexto social mucho más abierto al anuncio del Evangelio de lo que a veces pensamos, y en el que, sobre todo las nuevas generaciones desubicadas pero también desideologizadas, son más sensibles que nunca a ese testimonio cristiano que –Pablo VI decía– suscita siempre la pregunta de “por qué” y “quién” es el que lo inspira.
En el nº 2.880 de Vida Nueva