FERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito
“Todos debemos sentirnos llamados a vivir más responsablemente, a fortalecer la unidad…”.
El papa Francisco se siente llamado a impulsar la reforma de la Iglesia. Este empeño queda dentro del gran compromiso asumido y promovido por el Concilio Vaticano II.
La renovación de la Iglesia comienza siempre por la conversión del corazón. Pero la conversión real y eficaz de quienes tienen responsabilidades de gobierno exige la revisión y la purificación de las instituciones, de la organización y del gobierno. Todo en la Iglesia, lo público y lo privado, tiene que ajustarse continuamente a las exigencias del Evangelio.
El Papa quiere purificar su propia forma de vida. No es un magnate ni un emperador. Quiere vivir y aparecer como lo que es, el obispo de Roma, vicario de Jesucristo, sucesor de Pedro, hermano en la fe de todos los demás obispos, garantía de la apostolicidad y de la unidad de la fe de la Iglesia universal, pero libre de las exaltaciones mundanas que la historia puso sobre la figura de los papas.
Y quiere que sus colaboradores en Roma vivan y trabajen con el mismo espíritu, sin apariencias ni aspiraciones mundanas, con sencillez de vida y responsabilidad pastoral y evangelizadora. La responsabilidad pastoral va más allá de la pura profesionalidad; exige, además, equidad, prontitud, eficacia, servicialidad.
Según él mismo ha dicho, el Papa quiere también resaltar la colegialidad. Parece que quiere reconocer ampliamente la autoridad de los obispos en sus diócesis, recuperar la descentralización que ha habido en la Iglesia en otros tiempos, aunque sea con instituciones y procedimientos diferentes. La descentralización es un elemento necesario para una reforma adecuada de la Curia romana. Unas cosas las podrán hacer los obispos, otras los arzobispos o las conferencias episcopales.
Todos debemos sentirnos llamados a vivir más responsablemente, a fortalecer la unidad, a pensar más en las exigencias de una acción evangelizadora bien concertada que en la reivindicación de nuestros pequeños derechos personales o institucionales. Nuestra Iglesia necesita más responsabilidad, más coherencia, menos pretensiones individualistas y más ambición evangelizadora en todos nosotros.
En el nº 2.886 de Vida Nueva.