CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“Lo que te quitas de la boca es pan que debe llegar a los pobres. El ayuno es señal de caridad y de buen corazón…”
Afraates fue un virtuoso cristiano y esclarecido sabio persa del siglo IV. Se definía a sí mismo como un discípulo de la Sagrada Escritura. Era la fuente de su inspiración y la regla para su conducta, que no pretendía otra cosa sino la identificación con Cristo. En uno de sus escritos, se refiere al ayuno como práctica ascética necesaria para vivir la caridad y guardar el celibato. Aparte del ayuno como privación voluntaria de tomar alimento, Afraates habla del ayuno de las palabras vanas y detestables, del ayuno de la cólera, del ayuno de la propiedad de los bienes con vistas al ministerio y del ayuno del sueño para dedicarse a la oración.
Es fácil comprender que el ayuno, así presentado, no es tanto el privarse de algo, como meterse en el empeño de seguir un camino de las bienaventuranzas y llevar una vida conforme al Evangelio de Jesucristo. Lo que te quitas de la boca es pan que debe llegar a los pobres. El ayuno es señal de caridad y de buen corazón.
La virginidad y el celibato son señal de una vida entregada por completo al honor de Dios y al servicio de los hermanos. No es simplemente un recurso para la eficacia de las obras de beneficencia y misericordia, sino una consagración, un aceptar que Dios te tome incondicionalmente a su servicio.
Si en el mucho hablar no faltará pecado, la austeridad afecta también a las palabras, pues han de servir para la alabanza a Dios y el reconocimiento a lo que de bien llega desde el prójimo. Si la palabra es vana, disipa y aleja de lo esencial. Si es detestable, roba el honor y la fama, calumnia y difama.
El ayuno templa y hace fuerte al cristiano ante la tormenta de la cólera, que es enemiga de la caridad y crea disensiones y violencia.
Ahora les llega el turno a los bienes materiales de este mundo. Hay que ayunar de esas propiedades, sobre todo en vistas al ministerio, pues solamente vistiéndose y viviendo como pobre se puede llegar a los necesitados y hablarles de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos a todos con su pobreza.
Cuidado con el sueño. Hay que ayunar del sueño y observar las vigilias para dedicarse a la oración. Pues “la oración se realiza cuando Cristo habita en el corazón del cristiano, y lo invita a un compromiso coherente de caridad con el prójimo… La oración es aceptada cuando consuela al prójimo y cuando en ella se encuentran también el perdón de las ofensas. La oración es fuerte cuando está llena de la fuerza de Dios”.
Desde antiguo llegan estas recomendaciones a la Iglesia. Pueden haber cambiado las prácticas y los modos de llevarlas a cabo, pero permanece en ellas toda la fuerza de los consejos evangélicos acerca del encuentro con Dios y de la caridad fraterna con el prójimo.
En el nº 2.888 de Vida Nueva.