JAIME SEPTIÉN | Director de El Observador de la actualidad (México)
“Francisco ha impuesto un estilo de acción y de espiritualidad que acerca mucho a san Ignacio de Loyola…”
En el primer año de su pontificado, Francisco ha impuesto un estilo de acción y de espiritualidad que acerca mucho a san Ignacio de Loyola. No es una copia al carbón. La gracia de estado, que concede el Espíritu Santo, ha hecho del “jesuitismo” de Francisco un aporte a la Iglesia universal desde una formación particular.
El método de discernimiento ignaciano –el de los ejercicios espirituales que todos los alumnos de jesuitas recordamos con nostalgia– está presente en Francisco: enfrentar los acontecimientos externos e internos no con la lógica del mundo, sino con el “tanto cuanto” de Dios. Es decir, frente a la paradoja, la contraparadoja.
¿Una guerra se gana aumentando armas o aumentando misericordia? El mundo dice lo primero; Jesús, lo segundo. Aquí el problema no está ni en Jesús ni en su vicario, sino en sus soldados –nosotros–, imbuidos de mundo.
Esta “ilógica” (locura de la Cruz) lleva a las periferias, a los pobres, a los desesperados, a los enfermos, a los que han amado mucho y son ahora los olvidados. Esa “lógica ignaciana” llama a ser “contemplativos en la acción”. No hay distancia, sino continuidad con los últimos cinco papas: hay, sí, un quiebre extremo en el modo comunicativo ante el mundo, que exige imágenes y pocas palabras; la teología se vuelca hoy en lo que pedía Pablo VI: el testimonio del testigo.
Impulso y movimiento han tocado un techo. Francisco tendrá que recoger las piezas y armar el modelo de catolicismo que necesita el hombre hoy: el de la misericordia de Dios.
En el nº 2.888 de Vida Nueva.