JAVIER RODRÍGUEZ | El domingo tras pasar la mañana en Belén y visitar el campo de refugiados de Deheisheh, un helicóptero jordano llevó al papa Francisco por la tarde al aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv, donde fue recibido por el presidente de Israel, Simon Peres y el primer ministro, Benjamín Netanyahu.
En la ceremonia de bienvenida se dirigió a las autoridades israelíes en un emocionado discurso [ver íntegro] en el que pidió a Dios que crímenes como la Shoah (el Holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial) nunca más tengan lugar, a lo que se refirió en los siguientes términos:
Una tragedia que se ha convertido en símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad fundamental de la persona. (…) Sin olvidar nunca el pasado, promovamos una educación en la que la exclusión y la confrontación dejen paso a la inclusión y el encuentro, donde no haya lugar para el antisemitismo, ni para manifestaciones de hostilidad, discriminación o intolerancia.
Una vez finalizada la ceremonia, un helicóptero israelí trasladó al Santo Padre al Monte Scopus, colina que flanquea Jerusalén por el noreste, a unos tres kilómetros de la ciudad vieja, donde se habían cortado calles para la ocasión y multitud de habitantes de la ciudad santa fueron a recibido encabezados por el alcalde de la ciudad, Nir Bakat y un grupo de niños judíos, musulmanes y cristianos.
A continución el Sumo Pontífice se dirigió a la Basílica del Santo Sepulcro donde tendría lugar el encuentro tan esperado que rememora el de hace medio siglo de Pablo VI: Le esperaba el líder del Patriarcado Ecuménico, Bartolomé para continuar el diálogo ecuménico, retomado en 1964 tras el Gran Cisma de 1054. El Papa y el Patriarca Ecuménico se saludaron a las puertas de la basílica y entraron juntos al templo que custodia el Calvario y la tumba de Jesús. Los líderes de 1.500 millones de cristianos en el mundo rezaron juntos ante la Piedra de la Unción en la que Nicodemo y José de Arimatea prepararon el cuerpo de Jesús antes de darle sepultura.
Ambos protagonizaron sendos discursos, el patriarca ortodoxo [ver íntegro] manifestó:
El fanatismo religioso amenaza la paz en muchas regiones de la tierra, donde incluso el don de la vida es sacrificado en el altar del odio religioso. En estas circunstancias, el mensaje de la tumba vivificante es urgente y claro: amor al otro, al diferente, a los seguidores de otros credos y de otras confesiones. Amarlos como a hermanos y hermanas.
A su vez, el papa Francisco en el suyo [ver íntegro] hizo también un canto al ecumenismo:
Cuando cristianos de diversas confesiones sufren juntos, unos al lado de los otros, y se prestan los unos a los otros ayuda con caridad fraterna, se realiza el ecumenismo del sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una particular eficacia no sólo en los lugares donde esto se produce, sino, en virtud de la comunión de los santos, también para toda la Iglesia.
Más tarde firmaron una declaración conjunta conformada en diez puntos [ver íntegra] que, además de pedir la paz en Oriente Medio y comprometer a ambas iglesias a concienciar sobre la importancia de cuidar el medioambiente, afirma:
A lo largo de estos años, Dios, fuente de toda paz y amor, nos ha enseñado a considerarnos miembros de la misma familia cristiana, bajo un solo Señor y Salvador, Jesucristo, y a amarnos mutuamente, de modo que podamos confesar nuestra fe en el mismo.
Francisco regaló al Patriarca una copia del Códex Pauli, obra que incluye el corpus paulinum, los hechos de los apóstoles, la carta de Pablo a los Hebreos, los Hechos apócrifos de Pablo y textos del propio Bartolomé y otros responsables ortodoxos.
Por la noche, Francisco participó de una cena con patriarcas ortodoxos y obispos católicos en el Patriarcado Latino de Jerusalén (LPJ).Los tronos de San Pedro y Constantinopla ya habían renovado la apuesta por la unidad de cristianos católicos y ortodoxos. Unidad que ambos líderes consideraron especialmente perentoria en tiempos de tribulación.
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