El debate sobre nacionalismos requiere seriedad y mirar a todos como iguales
JUAN RUBIO | Se dice estos días que la firme actuación del rey Juan Carlos frente al golpe de Estado de 1981 le dio de facto la legitimidad popular, y la “cuestión nacionalista” será la que legitime a Felipe VI, especialmente en Cataluña, tres siglos después de la brecha abierta por el primer borbón de la dinastía en España.
No es el nacionalismo un tema para abordar con frivolidad, pasión o simpleza.
La secesión de una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas y analizarla caso por caso.
Lo ha dicho el papa Francisco en una entrevista en exclusiva para La Vanguardia, la primera que concede a un rotativo español. Todo “según el color del cristal con que se mira”.
En la Doctrina Social de la Iglesia se repite, y mucho, que “todo depende de las circunstancias” y, según algunos, es eso lo que puede hacerle perder credibilidad. No es un dogma y, por eso, el obispo de Almería, Adolfo González Montes, acaba de decir, para sorpresa de muchos, que “los nacionalismos son enemigos del bien común” y que “están en el origen de las dos grandes guerras mundiales”.
Palabras recias, sin duda. El catastrofismo es frecuente tentación en mentes clarividentes. Me fío poco de quienes de nada dudan. No me fío de quienes no dudan nada y todo lo tienen claro.
La Iglesia española tiene cuatro textos clave a los que habría que volver. Conforman parte del magisterio ordinario episcopal:
- Arrels cristianes de Catalunya (1985) [ver íntegro].
- Preparar la paz (2002) [ver íntegro].
- Valoración moral del terrorismo (2002) [ver íntegro].
- Orientaciones morales ante la situación actual de España (2006) [web CEE].
Los dos últimos, elaborados por la Conferencia Episcopal Española (CEE), hablan de la unidad como bien moral, desde un nacionalismo centralista con respecto al periférico, aunque hablan del “derecho de los pueblos a su independencia sin violencia”.
Los dos primeros documentos episcopales se escribieron desde un nacionalismo más periférico, Cataluña y Euskadi, y apelan también al derecho a la decisión. Dos visiones, dos maneras de entender la cuestión, dos teologías en el fondo. En los cuatro se repite que:
El papel de la Iglesia no es velar por la unidad española y rechazar otras alternativas (…) La Iglesia no tiene nada que decir acerca de las diversas fórmulas políticas posibles. Son los dirigentes políticos y, en último término, los ciudadanos, mediante el ejercicio del voto, previa información completa, transparente y veraz, quienes tienen que elegir la forma concreta del ordenamiento jurídico-político más conveniente.
Y conviene sacar estas reflexiones ahora, cuando el ambiente nacionalista se caldea y las pasiones hierven, y por la boca de exaltados afloran barbaridades. Una de ellas la que el expresidente Aznar dice en El compromiso del poder (Planeta, 2013), su última obra memorialística:
No pocas veces los pastores de aquellas Iglesias han dedicado mas tiempo a ser buenos nacionalistas que a ser buenos pastores.
Conclusiones así tiran por la borda mucho esfuerzo y trabajo y, además de ser injustas, caldean el ambiente de forma irresponsable.
Trabajar con seriedad, mirando a todos como iguales, no como súbditos, es la mejor manera de encarar el asunto.
- A RAS DE SUELO: Habría que revisar la fanfarria en el Corpus, por Juan Rubio
En el nº 2.899 de Vida Nueva