JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“El propio Israel, que pudo crear su Estado contando con el beneplácito de la mayoría, tiene que empezar a hacerse preguntas…”
Tras asistir en Jerusalén como enviada especial al juicio contra el jerarca nazi Adolf Eichmann, Hannah Arendt habló de “la banalización del mal”, ese que son capaces de perpetrar sin pestañear amantísimos padres de familia, los mismos que pueden poner todo su cariño en el beso de buenas noches y luego seguir perfilando la monstruosa “solución final”.
Esa banalización sigue ahí afuera, rigiendo destinos ante la indiferencia de muchos y la impotencia de otros tantos. Una sociedad hiperconectada, embrutecida, apenas se escandaliza ya por ella, la consume sin procesar.
Así, la maldad se cronifica y, aunque cambien los escenarios, los decorados y los actores principales, los de reparto, los figurantes, son siempre los mismos: las mujeres, los niños, los ancianos…
Hoy ya no es el gueto de Varsovia; hoy asistimos en tiempo real con imágenes vía satélite a una caza indiscriminada en Gaza que se reviste de operación militar de castigo. Israel ha encontrado en Hamas a un tonto muy útil que le permite mantener los oídos sordos a los requerimientos de la comunidad internacional, a buscar una salida basada en el diálogo.
Pero de Israel todos podemos esperar –y exigir– mucho más. Su derecho a la propia defensa no conlleva un cheque en blanco contra sus enemigos. El holocausto que padeció, y del que el mundo aún se conmueve, marcó un punto de inflexión en esa banalización del mal, esa mancha en la conciencia universal que no debemos consentir que se borre, si no queremos que se repita.
El propio Israel, que pudo crear su Estado contando con el beneplácito de la mayoría, tiene que empezar a hacerse preguntas. Como lo hizo Arendt. Ya no vale con lamentar que las manifestaciones contra su política son arrebatos antisemitas.
Dicho esto, y visto el éxito de la mediación papal para frenar una intervención en Siria, ¿es casual este nuevo episodio de violencia ciega tras el histórico encuentro en el Vaticano entre Francisco, Simon Peres y Mahmud Abbas? La llama que prendió la ira israelí es una mala excusa de película de serie B: secuestro de inocentes, asesinato, venganza, desolación, la paz de los muertos y, finalmente, un odio entre ruinas que volverá a fecundar la violencia.
Y que hace de la maldad una compañera de viaje que apenas nos interpela, una fatalidad consentida.
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