Fabián Marulanda | Obispo emérito de Florencia (Colombia)
“El papa Francisco se ha conectado con el mundo y ha despertado la fe dormida de tantos bautizados…”
La Iglesia vivió en el declinar de la Edad Media un período de decadencia espiritual. Fue como un otoño gris, agravado por el cisma de Occidente, el aburguesamiento de las órdenes mendicantes y la desorientación del papado, la teología y la vida cristiana. En esas circunstancias se veía necesaria una reforma. Lutero y Calvino pretendieron realizarla, pero fue Trento el que definió la fe de la Iglesia y marcó el inicio de un extraordinario renacimiento espiritual.
A través de los siglos, la Iglesia ha enfrentado crisis que le han permitido reencontrarse consigo misma. Hoy, la Iglesia navega en un mar surcado de dificultades. Pero no cabe duda de que es el Espíritu Santo quien la dirige. Y cuando la vida nos coloca ante un desafío, Él sabe darle el capitán correcto para que retome el rumbo y vuelva la calma a los ocupantes de la nave.
El papa Francisco nos ha puesto a soñar con una Iglesia nueva que, manteniendo su fidelidad al Evangelio, retome como carta de navegación el Vaticano II. La invitación al cambio y la renovación la escuchamos en sus mensajes, la vemos en sus gestos, la intuimos en sus decisiones, la percibimos en sus reclamos. Con su estilo sencillo y cercano, está iniciando una verdadera revolución en la Iglesia.
En su Evangelii gaudium nos advierte que quiere dirigirse a los fieles cristianos para:
Invitarlos a una nueva etapa evangelizadora e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años.
Entre esos fieles, el Papa incluye a los que frecuentan la comunidad y se reúnen en el día del Señor para nutrirse de la Palabra y de la Eucaristía. Pero también a los bautizados que no viven las exigencias del bautismo y a quienes todavía no conocen a Cristo o lo han rechazado.
Entendemos su invitación a una salida misionera, a dejar las comodidades e ir a las periferias, a mantener abiertas las puertas, a no rechazar al que viene, a despojarnos de los signos de poder.
Todo esto es apenas el comienzo de la renovación que esperamos. El Papa se ha conectado con el mundo y ha despertado la fe dormida de los bautizados. Es como si comenzáramos a ver los signos que presagian una nueva primavera de la Iglesia. Cada día crece la audiencia de los que regresan a casa, de los que sienten renacer la esperanza, de los que creen que es posible superar la pesadilla de tanto materialismo y, como hijos pródigos, quieren acogerse al perdón y al abrazo del Padre.
La renovación de la Iglesia es un proyecto de largo alcance, en el que hay muchos escollos y prejuicios. Algunos quieren una Iglesia más complaciente con el mundo; otros asumen actitudes de grupos fanáticos; otros, simplemente son alérgicos a todo cambio.
Nos corresponde a todos orar y trabajar para que la Iglesia sea de verdad misterio de salvación para el mundo; casa y escuela de comunión para los creyentes; presencia de Jesucristo entre los hombres de hoy.
En el nº 2.908 de Vida Nueva