JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor
“Dejando a un lado los hechos intencionados, en el azaroso devenir de las circunstancias nadie está libre de que le pueda suceder algo…”
En España estamos acostumbrados al espectáculo lamentable que se origina cuando hay una dificultad colectiva. Cada vez que sucede algo negativo, enseguida aparecen las inculpaciones. No se trata de buscar responsabilidades serena y justamente, ni de hallar las causas. Se exige enseguida un culpable para despedazarle. Es la ciega venganza que desea su chivo expiatorio. La cordura y la racionalidad que requiere la respuesta ante un hecho desgraciado quedan en suspense. Lo primero es berrear, insultar, agredir.
Nunca olvidaré lo que me sucedió hace años cuando acudí a un domicilio donde había fallecido una anciana. Encontré al médico certificando la muerte, a la hija de la difunta y algunos vecinos. Entonces llegó el hijo, que había viajado durante la noche. Lo primero que hizo fue abalanzarse contra su hermana gritando: “¡Tú tienes la culpa! ¡Tú la has matado! ¿Le dabas las medicinas?…”. Perplejos, el doctor y yo fuimos a sujetarle y en vano tratábamos de hacerle comprender que su madre había muerto de pura ancianidad. Aquel infeliz era un inmaduro incapaz de ver la realidad. Después supe que había sido un niño mimado que llevaba ya tres fracasos matrimoniales, “siempre por culpa de sus exmujeres”, según él. Ciertamente, las reacciones que sistemáticamente inculpan a otros se deben a que el individuo no soporta la carga de su responsabilidad cuando surgen las frustraciones y dirige a los demás la sensación de culpa. Es una forma de liberación que los demás perciben como una conducta agresiva, pero que revela su incapacidad para reaccionar de forma objetiva y serena. El origen de estas actitudes está en estilos de educación permisivos donde la persona no ha experimentado los límites de su conducta ni las consecuencias de sus errores. Sucede en familias en las que la autoridad de padres y adultos y el respeto a unas normas de convivencia han sido mal o insuficientemente trabajadas. La educación en libertad y responsabilidad es nuestra asignatura pendiente.
Escribo esto a colación de las acusaciones que se vierten a causa del triste caso de ébola en España. Solo ha faltado que alguien diga que el virus se ha propagado a posta. Una cosa es la responsabilidad política y otra la culpabilidad. Eso deberían saberlo los políticos, pues se trata de conceptos elementales en Derecho.
Quienes hemos estudiado el Derecho Civil aprendimos qué era un “caso fortuito y fuerza mayor”. Según lo dispuesto en el artículo 45 del Código Civil, es todo aquello imprevisto, a lo que no es posible resistir; como un naufragio, un terremoto, una epidemia, la erupción de un volcán, etc. Así, el caso fortuito o de fuerza mayor se considera inimputable, porque se entiende que proviene de una causa ajena a la voluntad de las partes; es decir, algo imprevisible: que no se haya podido prever dentro de los cálculos ordinarios; e irresistible, esto es, que no se haya podido evitar, ni aun en el evento de oponerse las defensas idóneas para lograr tal objetivo.
En España hemos entrado en un peligroso juego de culpabilidades. Olvidando que en la vida pasan cosas buenas y malas. Algunas son evitables, otras no. Dejando a un lado los hechos intencionados, en el azaroso devenir de las circunstancias nadie está libre de que le pueda suceder algo. Hay casos fortuitos que ocurren dañosa e inesperadamente, por concatenación de causas y efectos, sin que nadie sea culpable directo por acción u omisión. Es de sentido común comprender esto, además de ser un concepto jurídico clásico.
Ante esta realidad, se puede responder con una actitud fatalista, que aceptará todo por ineludible determinación del hado o destino, sin que exista en ningún ser libertad ni albedrío. Pero, por el contrario, también se puede responder culpabilizando siempre a los otros. El asunto es peligroso si esta actitud la adoptan personalidades relevantes, pues se arrastra a otros al odio, lo que no favorece las relaciones sociales. Es lo que sucede cuando los políticos echan la culpa irreflexiva e irresponsablemente a sus adversarios, sin medir el efecto de sus acusaciones. Siempre será más útil plantearse qué parte de responsabilidad corresponde a cada uno en la búsqueda de soluciones (y no solo en el origen del problema) y actuar posteriormente en consecuencia.
En el nº 2.913 de Vida Nueva
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