Extracto del Pliego del nº 2.918 22-28 noviembre 2014 …
FERNANDO CORDERO MORALES, SS.CC. Pastoralista en el Colegio Padre Damián (Barcelona) | El reloj del Adviento, que ponemos en marcha el domingo 30 de noviembre, es acompañante que impulsa y despierta. Nos invita a velar, a permanecer vivos, activos, comprometidos, con un rumbo claro y no equivocado. Nos orientamos hacia Belén. Se atisba la Estrella en el horizonte. Ahora toca dejarse prender por la vela del primer domingo que se enciende en la eucaristía, que nos alienta a no caminar en la oscuridad ni en el ensueño, sino en la senda de la búsqueda, del encuentro y de la vigilancia. Pongamos el reloj de la oración y del compromiso en marcha. Es tiempo de conversión y esperanza. Estamos ya en Adviento. Suena un suave tictac de fondo en el engranaje de nuestra existencia.
El tictac de la Esperanza al compás del Evangelio [íntegro suscriptores]
Junto a la vigilancia, Adviento nos provoca contrastes, con el objeto de despertarnos con alegría –porque somos presa fácil del adormecimiento– y gritar a pleno pulmón: ¡Ven, Señor Jesús! Al ritmo de las lecturas diarias del Evangelio de este tiempo, descubriremos la sorpresa de Dios en nuestra vida. Estrenamos, además, un nuevo año litúrgico. Patxi Velasco Fano dibuja el año litúrgico como una escalera de caracol: “Caminamos dando círculos y volvemos a vivir lo mismo, pero cada vez lo hacemos de forma más elevada, más alto. Que este año caminemos hacia lo alto y juntos”.
Para caminar tan alto, hemos de sentirnos acogidos incondicionalmente. De esta manera, se despierta en nosotros la pasión por vivir y por sus ilimitadas posibilidades. En esta pasión consiste la esperanza: “Pasión por lo posible”. Esta original terminología la utiliza el benedictino David Steindl-Rast en su libro La Gratitud, corazón de la plegaria. A medida que avancemos, iremos empujando los límites de lo posible cada vez más lejos, hasta llegar a la región de lo aparentemente imposible. Lo posible no tiene límites fijos. Quizá lo que pensábamos que era un límite era en realidad un horizonte. Y, como todo horizonte, retrocede a medida que avanzamos hacia él en nuestro camino hacia la plenitud de la vida.
Charles Péguy pone estos versos en boca de Dios, en El misterio de la esperanza, sabedor de que “ella ama aquello que todavía no existe y va a ser”:
Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza. / Me maravillo inmensamente de ella. / Esta humilde y pequeña esperanza / que no causa ninguna impresión. / Niña esperanza. / Inmortal.
También hemos de advertir que podemos entorpecer los “límites de lo posible” y fijarnos unos mínimos que, más que hacernos crecer en esperanza, nos conviertan en seres diminutos con escuálidos fines. Bien lo advertía el genial Miguel Ángel: “El peligro más grande para la mayoría de nosotros no es que nuestra meta sea demasiado alta y no la alcancemos, sino que sea demasiado baja y la consigamos”.
Pliego publicado en el nº 2.918 de Vida Nueva. Del 22 al 28 de noviembre de 2014