JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Uno no viene a la política a hacer apostolado, dicen que dijo en una entrevista este cristiano confeso…”
El ministro Jorge Fernández Díaz ha hecho muy bien en recordar la aconfesionalidad del Estado. Es posible que, en los últimos años, una parte de la jerarquía eclesial haya jugado –y hasta suspirado– a olvidar esa elemental separación, pero ahí ha estado rápido el titular de esta cartera tan importante para recordar uno de los fundamentos del Estado moderno. “Uno no viene a la política a hacer apostolado”, dicen que dijo en una entrevista este cristiano confeso, hombre que encontró la fe –se dice también– en la mismísima Las Vegas, que ya es ir a buscar a un sitio enrevesado.
Pero lo que extraña de esta subida de principios cívicos que le ha dado al ministro del PP, el hombre de Rajoy en Añastro y el Vaticano, es que es el mismo cuya devoción a la Virgen ha llevado a la mismísima Madre de Dios a andar metida en juzgados cuando una jueza reclamó el expediente por el que este devoto feligrés le concedió la Medalla del Mérito Policial a Nuestra Señora del Amor. En 2012, la condecorada había sido la Virgen del Pilar con la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil. Y en ningún de los casos, lamentablemente, la Conferencia Episcopal salió a proteger a la Virgen de semejante ataque de confesionalidad.
A esa misma Virgen –¿se la imaginan con tricornio, pistola y porra?– habrá vuelto los ojos Fernández Díaz al conocer la nota de las organizaciones de Iglesia que trabajan con inmigrantes cuando le han solicitado acabar inmediatamente con las “expulsiones en caliente”. Pero estas instituciones –Cáritas, CONFER, Comisión Episcopal de Migraciones y Justicia y Paz– no buscan el retorno de ninguna confesionalidad, sino el de una justicia que restituya los derechos a quienes se les están conculcando bajo el amparo de una legalidad deshumanizadora.
Hay que agradecer que esta Iglesia esté rompiendo un silencio –gracias a la “sana dosis de inconsciencia” de algunos, que reivindica para sí también Francisco en su labor de recuperar el color original bajo los desconchados–, remando contracorriente, deconstruyendo una fe nostálgica del nacionalcatolicismo, desinstalando vallas y restituyendo a la Madre, en lugar de la voz de mando, el grito por el hijo perseguido.
En el nº 2.921 de Vida Nueva
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