Tribuna
CARLOS AMIGO VALLEJO, OFM (CARDENAL ARZOBISPO EMÉRITO DE SEVILLA) | La Vida Consagrada puede considerarse como una “exégesis viva de la Palabra de Dios”. Así lo dijo Benedicto XVI. Ante las muchas inquietudes y no pocos y sinceros deseos de encontrar los mejores caminos de fidelidad a su vocación, la persona consagrada se pregunta: ¿qué es lo que debo buscar? Y la respuesta se encuentra en el salmo: “Tu rostro buscaré, Señor” (Sal 26, 8). La persona consagrada escudriña apasionadamente la Palabra. En ella encuentra luz y fortaleza, sabiduría y quietud espiritual, razón de su vida y aspiración constante hacia un amor cada vez más encendido.
Los consagrados y consagradas son personas verdaderamente apasionadas por Cristo. En Él está el origen de la vocación y el deseo de compartir su misión de anunciar el Evangelio en obras y en palabras. Nada se puede ni se quiere anteponer al amor de Cristo. Misión más admirable y entusiasmante no se podía haber recibido. Debe llegar a todos. Cada cual la realizará desde el carisma peculiar que del Señor haya recibido.
Que sea el amor de Cristo, servidor de los pobres, el que abrase el corazón de los consagrados y consagradas y les lleve a servir a los demás en formas tan necesarias y dignas de alabanza como son la enseñanza, el cuidado de los enfermos y de los ancianos, la predicación del Evangelio y el ministerio sacramental, la atención a los pobres, la acción misionera, la vida contemplativa…
Como pueblo peregrino, nada puede extrañarnos que todos los días de nuestra vida lo sean, en alguna manera, de comienzo y de renovación. Memoria del pasado y profecía del futuro. Podemos decir que la Vida Consagrada va peregrinando siempre entre el monte de las Tentaciones y el de la Ascensión del Señor, pasando por el de las Bienaventuranzas y el Calvario, llegando al de la Transfiguración. Su vocación es la de estar arriba, iluminando, pues la lámpara no se pone debajo del celemín, sino en lo alto, para que sea luz y guía para ver el camino.
Evangelización
Como testigos del Resucitado, tendrá que repetirse aquella audacia del Espíritu que llevó a los discípulos, después de Pentecostés, a dar testimonio de Cristo de una manera transparente y arriesgando la propia vida. Es el imprescindible trabajo de la evangelización, como referencia permanente de identidad. La Iglesia existe para evangelizar. El Evangelio de Cristo es la levadura eficaz de trasformación del mundo en reinado de Dios.
El horizonte solamente puede mirarse con ojos de nueva evangelización, en la que el empeño no puede reducirse a difundir “valores evangélicos” como la justicia y la paz, sino que hay que anunciar a Jesucristo, su persona y su obra, que es la Iglesia (Declaración Sínodo de Europa, 3).
La Vida Consagrada, como la Iglesia, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro. Por eso, más atentos hemos de estar a lo que queda por venir, aunque no olvidemos todo lo bueno que se ha hecho y que es digno de elogio y gratitud a Dios. Pero meditemos acerca de lo mucho que queda por hacer. La Iglesia, también la Vida Consagrada, ofrece pero no impone. Nuestra misión no es adaptarse al mundo, sino evangelizar el mundo, aunque ello exija estar atentos a los signos de los días y de las distintas situaciones históricas y sociales.
El papa Francisco ha querido dedicar un año a la Vida Consagrada. Ha presentado los objetivos a conseguir en este tiempo de gracia, no solo para los consagrados y consagradas, sino para toda la Iglesia: mirar al pasado con gratitud, mirar el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza. Y los pastores, “iluminando con su enseñanza al Pueblo de Dios sobre el valor de la Vida Consagrada, para hacer brillar su belleza y santidad en la Iglesia”.
En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva