GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
Siempre el comienzo de un nuevo año es buen momento para hacer planes, para trazar los proyectos que llevaremos a cabo en los próximos 365 días. Diseñar lo que será de nosotros en los próximos meses puede ser bueno; sin olvidar que lo programado puede que no llegue a realizarse nunca; entonces, es el momento de saber cambiar o aceptar que nuestros planes no eran perfectos. Los planes son para nosotros y no nosotros para los planes.
La vida es así, todo puede cambiar en un instante. Nuestros proyectos y deseos se pueden ver truncados por lo inesperado. Pero un creyente sabe que, por encima de nuestros planes, están los planes de Dios. Dios también tiene sus planes y los va cumpliendo con sabiduría y paciencia. La misión del hombre consiste en descubrir lo que Dios quiere y someterse a ello con alegría. Los planes de Dios son los únicos verdaderamente auténticos, porque son los que nos dan la felicidad plena. Es consolador pensar que Dios es fiel y cumple siempre, por eso merece la pena esperar. Dios actúa y espera hombres y mujeres que confíen.
Una tentación cierta en los creyentes es querer que Dios se acomode a nuestros planes en vez de acomodarnos nosotros a los suyos. Gran error, pues nuestros planes se acaban como se acaba cada año y como se acaba la vida misma; sin embargo, los planes de Dios no se acaban nunca porque Dios no se acaba, es eterno como su amor y su misericordia.
Nuestra ambición ha de ser siempre conocer los planes de Dios para aceptarlos. Pero, para conocerlos, es necesaria la escucha. Este puede ser un buen propósito para el nuevo año: escuchar. Escuchar a Dios para saber lo que quiere de nosotros, y escuchar a los demás, comenzando por los que más cerca tenemos. Hace un tiempo recibí un WhatsApp que decía: “Cuando alguien te habla de sus problemas, no significa que se queje, significa que confía en ti”.
En el nº 2.924 de Vida Nueva
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