CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Aviso previo: no cabe aquí connivencia ni semejanza alguna con cualquier ideología o grupo político. Puede ser que haya parecidos en los objetivos a perseguir, pero el origen de los convencimientos y de las actitudes tienen una fuente completamente propia y diferenciada. La nuestra es el Evangelio.
La llegada del año nuevo, como todos los años, viene cargada de incógnitas, de sospechas, de presagios y temibles nubarrones. También alguna esperanza, pero esta es de tono menor y con sordina. ¿Cómo serán los días que se avecinan? ¿Se solucionarán los problemas que padecemos? ¿Ante qué catástrofes y tsunamis invasivos tendremos que prepararnos? Así podríamos ir poniendo muchos interrogantes y hacer predicciones, cábalas y hasta serios análisis de prospectivas y tendencias. Esto último puede ser interesante, pero no basta para la certeza. Por mucho que se estudien los índices de fiabilidad, siempre aparece alguna de esas variantes intermedias que da al traste con el resultado final de la hipótesis.
Más que preguntar, de una forma indefinida y casi dialéctica, parece más inteligente y práctico reflexionar seriamente sobre lo que debemos hacer para que mejoren las cosas, en todos los sentidos, y ponerse manos a la obra para conseguir ese anhelado estado de bienestar para todos, que se superen desigualdades y en el que resplandezca la justicia.
Como garantías imprescindibles para mejorar, en unos y otros aspectos, habrá que contar con eficaces gestores del bien común, con dirigentes políticos que, más allá de las legítimas diferencias de partido, se empeñen en buscar las políticas más oportunas y las leyes más justas que sean necesarias. Que la tan repetida división de poderes sirva para apoyar y garantizar la libertad de todos.
Las fuerzas empresariales y los sindicatos que no se olviden, en momento alguno, de algo tan importante como es la justicia en el trabajo, sabiendo que el primero de los derechos es el de tener un empleo y un salario digno. La doctrina social católica lo viene reclamando continuamente.
Han de necesitarse hombres y mujeres de ciencia y de pensamiento, que investiguen y ofrezcan resultados apropiados. Unos ayudarán a poner en marcha las técnicas requeridas. Los que se dedican al cultivo del pensamiento y de las ideas, que sean auténticos maestros y ofrezcan las líneas que ha de seguir una educación de excelencia, tanto en los conocimientos como en las actitudes que debe tener una personalidad completa.
No olvidar recordar, de cuando en cuando, las palabras del salmo: ¡si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles! Seamos, pues, diligentes operarios y empecemos por acarrear buenos materiales de actitudes y disposiciones generosas, ofrezcamos las manos y la inteligencia a Dios para sembrar con diligencia en los surcos de este mundo. Unos serán los que ponen la semilla, otros los que cuidan y riegan…Pero si no se tiene en cuenta el favor de Dios, garantía de la justicia y del derecho, los mejores trabajos pueden resultar inútiles.
En el nº 2.924 de Vida Nueva