Libros

ENTRE PALABRAS: ‘Moby-Dick’, de Herman Melville


Moby-Dick, Herman Melville

Título: Moby-Dick

Autor: Herman Melville

Editorial: Editorial Akal, 2007

Ciudad: Madrid

Páginas: 944

LUIS RIVAS | Dicen que en Hollywood cualquier guionista que se precie ha de guardar un ejemplar de la Biblia en su mesita de noche. La forma narrativa por excelencia de los Estados Unidos bebe, sin duda, de la inspiración, interpretación y adaptación de los textos sagrados que reposa en cada una de las llamadas grandes novelas americanas.

No en vano su tradición literaria, como arte y afirmación de una identidad independiente de la influencia británica, parte de una trinidad de obras decimonónicas: La letra escarlata, a cuya protagonista, Hester Prynne, ha comparado Harold Bloom con Eva “por sus resonancias estéticas y culturales”; Las aventuras, en formato doble, de Tom Sawyer y de Huckleberry Finn; y la que hoy nos ocupa, Moby-Dick, publicada por Herman Melville allá por 1851 bajo el título The Whale.

El texto se iza como una permanente alegoría de lo sagrado y de lo extraordinariamente perseverante que puede ser el mal en su destrucción del hombre.

El narrador, Ismael, se presenta al lector como un pícaro naíf con ganas de aventuras y no poca hambre, que por sus pecados acaba enrolado en una tripulación ballenera. La novela plantea inicialmente el aprendizaje y asombro por la vida del protagonista, unos juegos iniciáticos ante los que va emergiendo poco a poco la figura de un protagonista mayor: el capitán Ahab.

La pérdida de la inocencia también puede establecerse por la admiración de los demás, que es, en cierto modo, un querer ser y una impostura y un rechazo a uno mismo. Este doble juego de narrador y protagonista lo recuperará Fitzgerald en El gran Gatsby, pues el narrador no existe solamente para cantar al héroe, sino que es un fin en sí mismo en su papel de potencial próximo héroe. Porque Ahab, como Gatsby, es un personaje deslumbrante, una fuerza de la naturaleza en permanente lucha contra el mal.

Herman Melville, autor de Moby-DickEn el caso del capitán del Pequod, la grandeza de su honor pugna con el afán de venganza y la obsesión por cazar a esa ballena malencarada, Moby Dick, que le arrancó la pierna de un mordisco. Enloquecido y apasionado, no dudará en sacrificar a toda su tripulación para alimentar su terrible orgullo.

Como en el Antiguo Testamento, el pueblo elegido se acerca irremisiblemente a la expiación de sus pecados a través del naufragio del Pequod, del que solo saldrá con vida Ismael. Hombres de todos los continentes que conformaban una tripulación con reminiscencias de la Torre de Babel mueren ahogados en una clara alusión al diluvio universal.

De acuerdo con las Escrituras, Ismael fue el primogénito de Abraham, y diversos expertos en el Corán no descartan que fuera este, y no Isaac, el hijo que el patriarca entregó en sacrificio a Yahvé. Así las cosas, Melville podría haber bautizado a su protagonista como Isaac, renacido del amor de Dios, pero este gesto habría supuesto un exceso de ortodoxia para una nación que se gobernaba ya con orgullosa iconoclastia frente a Roma.

De la hecatombe del final se desprende una profecía inquietante: ¿representa el Pequod el crepúsculo de EE.UU. dirigiéndose hacia el final inevitable de los imperios? Bajo esta perspectiva, Moby-Dick habría reafirmado su carácter apocalíptico, en una deriva que va desde la obsesión por el honor de Ahab a la epidemia del dinero que atenaza a los Buchanan de El gran Gatsby, hoguera de las vanidades en que se convertirá la gran manzana de Wall Street. Y así, hasta las guerras nucleares que se escuchan como ruido de fondo en las novelas de Don DeLillo.

En el fondo, Ismael es América, tierra prometida surgida de las ruinas de Israel, con sus fortalezas y sus miserias, gobernándose permanentemente frente a la tentación del mal.

Epopeya a lo griego

En lo relativo a la narración, un Melville en estado de gracia –dos años más tarde escribiría Bartleby, el escribiente– desata una epopeya que honra la tradición griega y la acompasa a los caprichos de los vientos y las mareas que azotan el Ponto, ora enciclopédica como la calma chicha, ora zozobrante de acción con la epifanía del viento de costado.

Como obstáculo para el lector de nuestros días, aparecen diversos capítulos en los que el autor se pierde en explicaciones enciclopédicas sobre la ciencia náutica, muy convenientes para una época en la que todo el saber se exprimía de las novelas. Sin embargo, aprovechando la inmediatez de Internet, es posible bucear en los términos enarbolados uno a uno, comprobando trayectorias marítimas sobre mapas detallados, sublimando lo que parecía un exceso de erudición en una experiencia sin igual.

En el nº 2.927 de Vida Nueva.

Actualizado
29/01/2015 | 12:46
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