JOSÉ G. VERA | Director del Secretariado de Medios de Comunicación de la CEE
El papa Francisco ha puesto a la familia en el centro de la misión y la reflexión de la Iglesia durante todo este año, entre el Sínodo extraordinario y el Sínodo ordinario sobre la Familia, que se celebrará el próximo mes de octubre. Cada actividad que realizamos –la catequesis, la formación sacerdotal, la celebración, la enseñanza…– tiene como objetivo señalado por el Papa contribuir a que la familia sea lo que realmente es y mostrarlo así: una convivencia de amor, del hombre y la mujer, abierta a la vida. Toda la pastoral de la Iglesia se involucra en este objetivo, y la pastoral de las comunicaciones sociales también lo hace este año con el lema Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor.
Con ese título se acaba de publicar, en la fiesta de san Francisco de Sales, la reflexión del papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará en la fiesta de la Ascensión, el próximo 17 de mayo. En ella, se señala a la familia como el primer lugar en el que se produce la comunicación. En la familia se aprende a comunicar, cómo comunicar y qué comunicar. Se aprende que la comunicación es, por encima de todo, una relación entre personas, que se basa en el deseo del bien para los demás. Comunicar –dice el papa Francisco– es descubrir y construir la proximidad, “es la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las otras”.
Cambio a mejor
Dicen los expertos que existe comunicación cuando se produce en el que escucha un cambio, una transformación, en su pensamiento o en su acción. Si en el encuentro entre dos personas que se relacionan no cambia nada, se puede decir que, en realidad, no ha habido comunicación. Pero se puede ir un poco más lejos: habría que añadir que la comunicación es más perfecta cuando provoca, no simplemente un cambio, sino un cambio a mejor, cuando lo comunicado transforma al receptor, mejorándolo. Es decir, la comunicación es auténtica cuando humaniza a las personas, cuando les hace ser más humanas.
Entendida así, si la comunicación se produce de manera plena cuando provoca un cambio que mejora las cosas, se puede decir que la familia es el entorno adecuado en el que se produce la comunicación más intensa. En ella nos comunicamos con los que amamos y les comunicamos el bien con el deseo de ayudarles a ser mejores. En este sentido, dice el papa Francisco, la comunicación en la familia es una bendición, es motivo de gratitud y alegría “porque reduce las distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y acogiéndose”.
Pero en la familia no solo se aprenden los contenidos de la comunicación, sino también los modos para realizarla de manera más eficaz. En la familia se aprende a utilizar y a comprender lo primero de todo el lenguaje corporal, el valor de la expresión, de la cara, del tono de voz, de los gestos. Todos esos son elementos que aportan muchas veces el sentido y el contexto de lo que se está diciendo, y que van mucho más allá de las palabras. Más tarde, aprendemos la lengua materna que –dice el Papa– nos enraíza en una familia en donde “otros nos han precedido y nos han puesto en condiciones de existir y de poder, también nosotros, generar vida y hacer algo bueno y hermoso”. La lengua materna es expresión genuina de nuestra identidad: nuestras palabras, nuestro acento, nuestras expresiones nos vinculan a una tradición familiar.
Pero, por encima de estas dos formas de comunicarse, en la familia aprendemos la forma de comunicación más excelente, la más valiosa, la comunicación que trasciende el tiempo y el espacio y alcanza a Dios: en la familia se aprende a orar. Es el encuentro amoroso con quien sabemos que nos ama para hablar de amor con el Amor. Cuando en la familia enseñan a orar, enseñan la forma más sublime de comunicar y de comunicarse. Cuando esto no ocurre, se condena a los que amamos a una comunicación de vuelo bajo, intrascendente, finita, limitada. En la familia, porque viven en el amor, enseñan a comunicar con gestos, a comunicar con palabras, a comunicar con Dios.
En el nº 2.927 de Vida Nueva