¿En defensa de los animales?

Un obispo del norte de Italia envió a sus feligreses una carta en la cual reclamaba un mayor respeto por la vida humana. En dicha carta denunciaba el hecho de que para muchas personas e instituciones es más grave atentar contra la vida de los animales que contra la vida de los niños en el seno materno.

Pues resulta que esta afirmación del obispo cayó supremamente mal a algunas sociedades protectoras de animales de la Gran Bretaña. Y pusieron, por supuesto, el grito en el cielo por lo que consideraban un desconocimiento y desprecio de los animales.

Ahora bien: por esas cosas de la vida, el Papa dijo algo que sí agradó a los defensores y amigos de los animales. Con el ánimo, quizás, de animar y consolar a un pequeño por la muerte de su mascota, Francisco dijo: “un día veremos a nuestros animales de nuevo en la eternidad de Cristo. El Paraíso está abierto a todas las criaturas de Dios”.

De inmediato, las palabras del Papa circularon en las redes sociales y muchos las aprovecharon para concluir de lo dicho que también los animales tienen alma.

“El hombre se comporta en ocasiones como depredador”

Seguramente volveremos a escuchar la explicación de que el alma de los animales, que ciertamente la tienen, es un alma mortal. Y será el mismo papa Francisco quien dirá cuál fue sentido de sus palabras. Por lo pronto no creo que tengan ni el sentido ni el alcance que algunos han querido darles.

Vale la pena recordar que el papa Juan Pablo II, hablando de la acción creadora del Espíritu Divino, señaló que “también los animales tienen un aliento o soplo vital, y que lo recibieron de Dios”.

También el Salmo 104 que celebra la grandeza y omnipotencia de Dios en la obra de la creación, al referirse a los animales proclama: “todos ellos aguardan a que les eches comida su tiempo; se la echas y la atrapan, abres tu manos y se sacian de bienes; escondes tu rostro y se espantan; les retiras el aliento y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas y repueblas la faz de la tierra”.

Cuidado y responsabilidad

Estos textos y declaraciones sugieren algunas reflexiones: en primer lugar, en la mayoría de las lenguas, los términos que designan el alma se relacionan con la imagen del aliento, en cuanto que el aliento o respiración es el signo por excelencia del ser viviente. De ahí que “vida” y “alma” se asimilen con frecuencia.

En el libro del Génesis leemos que “Dios hizo las distintas clases de animales salvajes según su especie: los animales del campo, los reptiles de la tierra. Y vio Dios que todo esto era bueno. Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, sobre las fieras salvajes y sobre los reptiles que se arrastran por el suelo” (Gn 1, 25-27). “Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices un aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2, 7).

En la sociedad se tiene hoy cariño y afecto a los animales más cercanos que llamamos mascotas. Muchas de ellas reciben, incluso, mejor atención y trato del que se brinda a los seres humanos. Para ellas existen guarderías, servicios especializados, y personas encargadas de su cuidado.

Es verdad también que muchos de estos animalitos nos dan lecciones de fidelidad, de afecto, de amistad, y está bien protestar cada vez que alguien los maltrata. Pero no olvidemos que todos los seres vivos están puestos bajo el cuidado y responsabilidad del hombre, que por cierto se comporta en ocasiones como el “el gran depredador” y el causante de que muchas especies estén hoy amenazadas y en vía de extinción.

Mons. Fabián Marulanda. Obispo emérito de Florencia.

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