La belleza en la paz

Algo que abre el corazón a la paz es la belleza. La belleza durante siglos de reflexión se ha relacionado íntimamente con la verdad y la bondad. Son tres trascendentales inseparables que comunican la perfección del ser. La belleza es expresión visible –esplendor– del bien y de la verdad, presente en una opción como es la paz. Su dinamismo está dado por el asombro y la creatividad.

A veces estamos desencantados. Pareciera que ante frustraciones, corrupción, violencia, desarrollamos instintivamente sospecha frente a lo bello. La sinceridad, el compromiso desinteresado suscitan suspicacias; el bien recibido, la palabra oportuna pasan sin merecer nuestra gratitud. ¡Cuesta asombrarnos!

En cuanto a la creatividad, provee de contenido y de fuerza salvadora a la belleza. Cristo, el Pastor bueno-bello, recrea la imagen lastimada del ser humano, lo redime unido a la belleza divina, aunque a veces nos aparezca alguna parálisis para hacer de la vida una obra en verdad y bondad, un culto bello.

Lo importante es no renunciar al asombro y al ingenio para hacer posible la belleza como sendero de paz. En él aprendemos a aceptar y afrontar miedos, a sanar cicatrices, a fortalecer la confianza y el perdón.

El compromiso por la paz exige armonía entre belleza, bondad y verdad. El descuido de una produce inconsistencia y ambigüedad en las otras dos, enfrentándonos a dilemas sin salida, a verdades sin misericordia ni esperanza; a bondades injustas y estériles; a bellezas alienantes y destructivas. El esplendor de la belleza en la paz es sumamente frágil, su unión puede ser quebrantada antes de ser vivida, y demanda de nosotros ser salvada y protegida.

Li Mizar Salamanca B.

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