El idioma del desarraigo

José Luis Celada, redactor de Vida NuevaJOSÉ LUIS CELADA | Redactor de Vida Nueva

Presos del síndrome de la inmediatez, los periodistas acabamos despachando con tanto desapego la crónica de un evento deportivo o una sesión parlamentaria como esas otras historias de calado humano asociadas a la crisis: familias desahuciadas de sus hogares, jóvenes obligados a abandonar su país en busca de un futuro…

Sin embargo, hay gente que se empeña todavía en recordarnos que “separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado, o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos” –así define la RAE el desarraigo– es condenarlo al más cruel anonimato. El leonés Julio Llamazares lo conoce de primera mano. Por eso, en su nueva novela insiste en que hay Distintas formas de mirar el agua que un día anegó su pueblo natal.

Quienes como él soportamos los rigores mesetarios al abrigo de una trébede o una gloria convertidas hoy en cenizas, o sorteamos rebollares y carcavinas tratando de otear nuevos horizontes, nos resistimos a enterrar en la alacena de la memoria ese idioma del desarraigo. Por mucho que nuestros usos profesionales sofoquen la belleza serena de aquel lenguaje olvidado, hay ruinas que habitarán para siempre la noche de los tiempos.

Ya escribía el propio Llamazares en La lluvia amarilla que “la noche queda para quien es”. Así, en voz baja, sin esparajismos. Porque la información es efecto, pero también afecto.

En el nº 2.931 de Vida Nueva.

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