¿Miedo al Papa?


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

La especie no parece muy creíble, pero circula por ahí, en los caladeros católicos del PP, quizás porque sospechan que Rajoy, efectivamente, les ha traicionado. Dicen ahora que el papa Francisco no vendrá a homenajear en persona a su admirada Teresa porque el Gobierno no le quería ver ni en pintura en año electoral. Que una cosa es ir allí, ponerse la mantilla si es menester, y visitarlo en el Vaticano, y otra topárselo aquí en todas las televisiones, con su sonrisa y desparpajo, soltándose la lengua tal y como andan las encuestas… Y ponen de ejemplo a Argentina, de donde Bergoglio falta ya desde hace dos años, pero donde tampoco pondrá el pie en vísperas electorales.

Pensándolo un poco, tienen motivos en el PP para temer la sinceridad del Papa. Ahora que han desterrado el dolor de tantas personas al rincón de la historia –“triste, pero historia”, dicen–, decretando el bienestar general, imagínense a Francisco repitiendo ante los jóvenes en Ávila lo que ha dicho el 28 de febrero sobre el empleo sumergido o las 11 horas mal pagadas de trabajo en cualquier empresa. ¿Un obús contra la reforma laboral? No, pero sí, quién sabe…

Pensándolo un poco mejor, ¿solo el PP tendría motivos para darse por aludido? Sin remontarse lejos, tan solo al primer Domingo de Cuaresma, Francisco invitó a “oponerse a la cultura de la muerte y ser testigos del Evangelio de la vida”. ¿Quiénes de los que están hoy en los muchos arcos parlamentarios del país –y cuántos de los que pugnan con ganas por estar en ellos– entrarían por el ojo de esa aguja?

Es cierto que podrían sacar pecho –y lo intentan, ojo– quienes, como Francisco, abogan por poner en el centro a la persona en vez de a la economía, pero se olvidan de que el Papa pone también su ahínco en que las políticas de desarrollo social no solo aborden las necesidades económicas, sino también “la dimensión espiritual y moral de toda persona humana”, como reclamó hace una semana su representante en la ONU. ¿Y quién se toma hoy este aspecto en serio? Y ya si se le ocurriese recordar lo que afirmó en Il Messagero de que “la corrupción es un mal más grande que el pecado”, ¿quién se atreverá a lanzar la primera piedra?

Ignoro si el Gobierno presionó o no para que no viniese a España este año, pero –también a tenor de lo que reflejan las encuestas–, quien sí se alegraría de su visita es esa inmensa mayoría que está hasta el gorro de precariedad, ombliguismo y corrupción.

En el nº 2.932 de Vida Nueva