JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
El pasado noviembre se estrenó Selma, un drama dirigido por Ava DuVernay que narra el célebre Bloody Sunday. Esta crónica, nominada a la mejor película en los últimos Premios Óscar, introduce el activismo de Martin Luther King (David Oyelowo) y el rol de Lyndon Baines Johnson (Tom Wilkinson), presidente que firmó el derecho al voto de los afroamericanos.
En la histórica marcha del 7 de marzo de 1965, las fuerzas policiales impiden cruzar salvajemente el puente Edmund Pettus que une Selma con Montgomery (Alabama). Pero, 14 días después, la peregrinación consigue atravesar un puente que, paradójicamente, lleva el nombre de un norteamericano que contribuyó a la esclavitud y el racismo.
La noticia antixenófoba aterriza en una España que, hasta el 12 de octubre de 1958, ha venido celebrando el Día de la Raza. Y cada revista y periódico le da mayor o menor cobertura según su sesgo ideológico y patrón ético.
Vida Nueva gasta tinta durante todo el mes de marzo y primera mitad de abril, para relatar el giro copernicano de las conciencias estadounidenses. El editorial del nº 464 describe la animadversión del presidente hacia el Ku Klus Klan. En el nº 465, un reportaje acerca el zoom a Luther King, presbíteros, religiosas, pastores evangélicos y rabinos, que cantan y rezan para aplacar la brutalidad de la acción policial. En la maquetación, la revista edita la fotografía del gobernador de Alabama, George Corley Wallace, mirando desafiante a los manifestantes, dos años después de articular su frase reaccionaria: “Segregación ahora y segregación siempre”.
Esa “marcha no está terminada, pero nos estamos acercando”, ha subrayado medio siglo después el presidente Barack Obama. Hoy siguen existiendo gobernantes con mentes instaladas en las coordenadas segregacionistas de Wallace, policías que coadyuvan al racismo y bestias que emulan el modus operandi del Ku Klus Klan. Pese a que innumerables pieles negras han sido teñidas del fluido rojo de la sangre, aún hay blancos que miran de reojo al puente de los derechos civiles, y optan por no cruzar.
En el nº 2.936 de Vida Nueva