JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
Habrán visto (o no) que ha llegado un cura a La Voz. Un joven sacerdote lleno de ilusión al que las exigencias del guión le han plantado un clergyman que él no suele usar. El poder de los símbolos al servicio de la simplificación, labor en la que la cadena que emite el programa es alumna aventajada. Entre lo que más me gustó de la irrupción sin complejos del joven religioso en ese mundo fue la acogida que le brindó Laura Pausini. “Cuídalo bien. Es un hombre de Dios”, le dijo la cantante italiana a Antonio Orozco, tutor musical de la nueva estrella televisiva.
Hacía mucho que no oía en una televisión generalista española esa expresión. Se me quedó enganchada un buen rato. Haciendo memoria. Desde luego, no en boca de ningún personaje célebre de nuestra música, cine o literatura. Como mucho, en alguna película en blanco y negro. Ni siquiera en la calle, donde la mayoría aprecia la labor de Cáritas, pero donde la mitad no quiere curas.
Si –como rememoró el papa Francisco en la misa crismal del Jueves Santo– “nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar, acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias, nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido… Para nosotros, sacerdotes, las historias de nuestra gente no son un noticiero: conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos”, ¿por qué a tantos, cuando ven a un cura, se les queda la misma cara de chasco que al coach Orozco?
Aquí podrían entrar lamentaciones, pero, sin embargo, creo que es el lugar de la autocrítica. He conocido y conozco a curas como los que describe Bergoglio. Son, sí, hombres de Dios, que harían mucho bien a mucha gente que hoy les evita, esquiva, ridiculiza, insulta o simplemente ignora si esta lograse zafarse de los prejuicios de tantos años de nacionalcatoliscismo.
Pero también sigue habiendo curas que utilizan su vestimenta como armadura o su ascendiente no tanto para padecer con el prójimo como para someterlo. Y algo se habrá hecho para que, en España, “hombres de Dios” sea casi un extranjerismo.
En el nº 2.936 de Vida Nueva
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