El arte contemporáneo, según san Juan [extracto]
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Hace dos años, cuando el cardenal Giafranco Ravasi decidió que la Santa Sede debía estar presente en la Bienal de Arte de Venecia con un pabellón dedicado al Génesis, hubo quien no entendió la importancia suprema del paso dado por el presidente del Pontificio Consejo de la Cultura. Ravasi conocía –y de primera mano– la necesidad de conciliar no solo fe y cultura, sino de restaurar el diálogo y la complicidad entre la Iglesia y el arte contemporáneo.
Es decir, “no pedimos a los artistas crucifijos o vírgenes”, en palabras de Ravasi, sino “razonar, reflexionar y reelaborar” el mensaje del Génesis. “Ante el gran interés internacional sobre la relación entre Iglesia y arte contemporáneo, en esta edición continuamos con el deseo de restablecer el diálogo entre el arte y la fe en sintonía con la experiencia de la participación en la Bienal de 2013”, explicó Ravasi el pasado 8 de mayo, durante la inauguración del Pabellón de la Santa Sede.
“Pasamos del Génesis y su mensaje de la Creación, de la de-creación y el de la re-creación, es decir, de la apertura hacia una nueva humanidad, una nueva vida, un nuevo viaje, una nueva esperanza, a reflexionar sobre dos polos esenciales a partir de las primeras palabras del prólogo de san Juan”, relató Ravasi. “Primero, la palabra trascendente que es En el principio, que revela la naturaleza dialógica y comunicativa del Dios de Jesucristo –enumera el purpurado, que ejerce también de comisario del Pabellón–, y después la Palabra que se hace carne, cuerpo, con la presencia de Dios en la humanidad”.
Es decir, “la dimensión vertical-trascendente del Logos y la horizontal-inmanente de la carne” constituyen el mensaje cristológico y los ejes del Pabellón de la Santa Sede, como proclama Micol Forti. “El Logos establece una relación, una armonía, una mediación; la carne impone la inmanencia, una pista, un proceso de realización.
Su unidad inseparable produce un dinamismo dialéctico, irregular, elíptico, que nos sirve para solicitar a los artistas una reflexión sobre una combinación que está en la raíz de la humanidad misma”, explica la directora de la sección de arte contemporáneo de los Museos Vaticanos y curator del Pabellón de la Santa Sede. Al Logos y a la carne, con su entrecruzarse, es necesario referirse para comprender las obras presentadas y el diálogo que entablan entre ellas en un espacio expositivo diseñado por el arquitecto Roberto Pulitani con criterios de simplicidad y economía.
El Evangelio de san Juan es la inspiración de las creaciones artísticas de los tres artistas elegidos: la colombiana Mónika Bravo (Bogotá, 1964); la macedonia Elpida Hadzi-Vasileva (Kavadarci, 1971); y el fotógrafo mozambiqueño Mário Macilau (Maputo, 1984). Los tres gozan prestigio internacional. “Tres artistas, todos jóvenes, de diferentes orígenes, con diferentes experiencias, la visión, la ética y la estética, reunidos para dar cuerpo al prólogo del Evangelio de Juan”, en palabras de Micol Forti.
Con ellos, el Vaticano reproduce la elogiada estructura de 2013: un dialogo artístico sin límites que combina la apuesta experimental desde la abstracción y los nuevos lenguajes digitales, como son las instalaciones audiovisuales de Mónika Bravo; con un acercamiento al arte matérico y profundamente simbolista de Elpida Hadzi-Vasileva; junto a la fotografía llena de poética y realismo de uno de los jóvenes artistas africanos más prometedores, como es Mário Macilau.
Mónika Bravo se ha adentrado con su obra, titulada Archi-TIPOS. El sonido de la palabra, en la capacidad de leer la idea abstracta del Logos, en investigar los mecanismos de codificación y decodificación de la información, sobre el lenguaje como sistema de abstracción y sobre formas de descifrar la realidad por medio de la percepción. Seis pantallas sobre paneles de tonos pastel, donde las imágenes de la naturaleza y de la cartografía urbana se alternan en una lenta mutación. “Colores, formas y palabras se combinan para demostrar nuestra limitación absoluta de pensar más allá de la experiencia de lo real, así como la incapacidad de percibir de forma independiente de cualquier proceso de abstracción”, explica la artista, afincada en Estados Unidos.
En la carne profundiza la obra de Elpida Hadzi-Vasileva, denominada Haruspex, una instalación arquitectónica monumental, cuyo “tejido” es casi una piel, un manto, que recibe a los visitantes tanto en una dimensión física como simbólica a la vez. Influida por el panel central de La Adoración del Cordero Místico, del pintor flamenco Jan van Eyck, Hadzi-Vasileva –actualmente afincada en Gran Bretaña– ha creado una superficie semitransparente hecha de retazos de estómagos e intestinos de animales sometidos a un profundo proceso de purificación, y que muestran una intensa reflexión en torno a la salvación.
“La disposición de la tela recuerda la Carpa del Señor utilizada por el pueblo judío para proteger el Arca de la Alianza, mientras que el material con el que la artista teje su tela se refiere a la carne de un Dios que vino a habitar entre nosotros”, según Micol Forti. El origen matérico de la obra remite, en este sentido, al destino del Dios hecho hombre, rechazado y condenado.
En torno a ese Dios al que se busca giran los retratos de Mário Macilau en Maputo. El trabajo realizado para el Pabellón del Vaticano consta de nueve fotografías de la serie Creciendo en la oscuridad, dedicadas a los niños de la calle. En estas imágenes, los protagonistas de Macilau nos miran, llaman la atención de nuestra conciencia, sobre cómo convivir con la muerte, la destrucción o la pobreza, sin perder la humanidad. “La verdad de esas fotos es su fuerza, mientras que la poesía sublima su contenido, lo que nos permite observar lo que vemos sin desviar sus ojos”, dice Forti.
En el nº 2.941 de Vida Nueva