Verdes en ecología


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

En los días previos a la publicación de la encíclica de Francisco sobre ecología hemos asistido a una atípica floración de cartas pastorales en España. De repente, nuestros pastores se han puesto verdes (es una forma de hablar) y se han dedicado a cantar las bondades del sol y la luna, del mar y la arena, del cielo y las montañas… Era como volver, con casi medio siglo de retraso, a los años 70, donde una juventud que asustaba un poco con sus melenas al aire cantaba a la naturaleza, al amor y a la paz.

No sabían aquellos greñudos de camisas floreadas y estampados imposibles que se estaban metiendo en honduras espirituales tales que, años después, en un discurso ante el Parlamento alemán, Benedicto XVI –el primer “Papa verde”, según el National Geographic–diría que aquel había sido “un grito que no se puede ignorar”. Ahora, sin embargo, la motivación es menos flower power y más pope power, es decir, en la estela de la papolatría al uso. No, no es nuevo. Aunque con Bergoglio algunos han sido más reacios a la cita, es costumbre inveterada mostrar el grado de comunión papal por el número de llamadas a pie de página. Mejor que piensen otros…

En todo caso, bienvenidos, se les necesita a todos, aunque algunos ya estaban desde hace tiempo (Don Alberto nunca ha escondido su corazón franciscano). El propio Bergoglio, en su encíclica habla de la necesaria “conversión ecológica”, una tarea que, reconozcámoslo, no ha estado en las prioridades pastorales en España, no así en otras Iglesias del mundo. De hecho, ¿cuantas diócesis cuentan con un departamento dedicado a estas labores? Valencia, once años después, sigue siendo un referente y una isla en un mar de indolencia. Es cierto que los problemas son muchos y contados quienes están para resolverlos.

Los curas no dan abasto y tampoco es de recibo que los pastores se suban a las zódiac de Greenpeace, pongamos por caso, y aborden a los balleneros nipones o a los atuneros rusos. Bastaría con condolerse sinceramente del daño que causan a la vida los vertidos tóxicos que desparrama una mina a cielo abierto en espacios protegidos, levantar los puños al cielo ante un mar de chapapote o tener la audacia de denunciar el peligroso atajo que supone el fracking en una costa alicatada hasta el techo. Y eso sí lo entienden los jóvenes.

En el nº 2.946 de Vida Nueva

 

ESPECIAL ENCÍCLICA ‘LAUDATO SI”