Una obra de Pedro Castelao (Sal Terrae). La recensión es de Alfonso Novo
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Título: La visión de lo invisible. Contra la banalidad intrascendente
Autor: Pedro Castelao
Editorial: Sal Terrae
Ciudad: Santander, 2015
Páginas: 176
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ALFONSO NOVO | Es fácil hablar de Dios, pero no lo es tanto hacerlo con sentido y coherencia. La concepción de la divinidad como un objeto yuxtapuesto al mundo o como parte de él, aunque mucho más grande, es difícil de superar, porque la mente tiende a objetivar lo que piensa. La infinitud de Dios fácilmente se confunde con una grandeza aditiva, resultado de una suma interminable de dimensiones finitas.
Pedro Castelao, profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas, laico y padre de familia, se enfrenta al reto de superar esa visión defendiendo una trascendencia que asuma, integre y supere la paradoja de pensar aquello o aquel que de suyo es impensable. Y lo hace, además, de una forma original, como una charla con sus hijos (para cuando hayan crecido), en la que, basándose con frecuencia en experiencias de la vida familiar, les va haciendo caer en la cuenta de las dimensiones que pueden permanecer ocultas a una visión superficial de la realidad.
Con ello pretende también combatir la idea de que la teología y la filosofía solo pueden explicarse con seriedad desde la aridez académica. Esto hace que el discurso fluya con más amenidad de la acostumbrada en este tipo de escritos, aunque esa aridez reaparezca inevitablemente aquí y allá, como el propio autor reconoce al explicar el sistema kantiano.
Puede parecer osado intentar explicar a jóvenes el concepto de existencia y su aplicabilidad a Dios, la relación paradójica y complementaria entre trascendencia e inmanencia, o las distintas lógicas usadas para expresar la relación entre Dios y el mundo. Los discursos apologéticos sobre la “existencia de Dios” (expresión inadecuada, según Castelao) dirigidos a jóvenes suelen recurrir a ejemplos manidos y superficiales basados en la causalidad categorial o en una contingencia no siempre bien entendida, o al menos no muy bien explicada.
En este libro las cosas se abordan con mayor seriedad y profundidad, lo que en ocasiones pone en peligro el propósito didáctico que lo guía, por lo que el autor a veces ha de poner el freno cuando el discurso amenaza con precipitarse por honduras que podrían descolocar incluso a gente preparada.
Saber mirar
Comienza el libro con una invitación a saber mirar: saber percibir lo que los sentidos no comunican directamente, pero forma parte de la realidad. El sentido del misterio, la nostalgia de lo infinito, la búsqueda de la verdad, el amor y la aspiración a la felicidad, la misma presencia del mal… apuntan hacia un Absoluto que los sustente, por más que la banalidad de nuestro tiempo intente acallar, por absurda, la pregunta por lo trascendente.
Un capítulo entero se dedica al que más tarde sería conocido como argumento ontológico de san Anselmo, mostrando sus coherencias pero también sus defectos, y subrayando especialmente la diferencia entre el concepto de “aquello mayor que lo cual nada puede pensarse” y la idea de “aquello que es mayor de lo que puede pensarse”, pues en el fondo apunta a la paradoja de pensar lo impensable. Una de las más célebres críticas a este razonamiento la hará siglos después Kant, al distinguir entre el concepto y la realidad como circunstancia extramental que no afecta al concepto, por lo que la existencia o la no existencia no afecta al concepto.
Aunque Castelao también señala las deficiencias del argumento anselmiano, lo hace por vías distintas a las de Kant. Este, al elaborar la crítica del concepto, llega a la conclusión que Dios no puede ser tal, ya que los conceptos sin intuiciones son vacíos, y no hay experiencia que pueda dar lugar al concepto de Dios. Castelao le da la razón, pero solo en la medida en que nos limitemos a los conceptos empíricos. El razonamiento anselmiano tiene sentido si, en vez de interpretarlo como argumento en sentido estricto, se entiende como una teofanía especulativa: una manifestación de la presencia de Dios en la dimensión especulativa de la razón. Por usar el lenguaje kantiano, el concepto sería el fenómeno (especulativo) de Dios.
Tras el viaje por Canterbury y Königsberg, Castelao regresa al hogar para exponer su perspectiva sobre la cuestión de Dios, concretamente acerca de cómo compaginar trascendencia e inmanencia, no como dos polos repelentes, sino de un modo en el que la trascendencia sea en sí misma inmanente y la inmanencia trascendente. Su rechazo de los modelos aditivos, que tratan a Dios como algo categorialmente más grande, se ejemplifica en dos distinciones: no es lo mismo ubicuidad que omnipresencia, ni es igual eviternidad que eternidad.
Ubicuidad y eviternidad se obtienen a fuerza de añadir lugares o momentos, mientras que omnipresencia y eternidad implican una total posesión simultánea. La presencia de Dios en el espacio y en el tiempo no supone ocupar un lugar que anularía a todo lo que no fuese Él, sino que es una presencia que no anula lo no divino. Solo así es posible concebir la relación entre Dios y el mundo. No es la trascendencia distante ni una inmanencia que anulase la no-divinidad de lo no divino. La presencia de Dios posibilita y favorece la alteridad no divina.
El último capítulo señala el arte como un modo concreto de percibir lo invisible. A través de la estética de Ortega y de Bergson y de la obra de Tàpies, se intenta descubrir el misterio huidizo que encierra la materia para, a partir de ahí, comprender el significado profundo de revelación: “Manifestación en el espacio y en el tiempo de aquello que, como sentido definitivo de la vida, trasciende en valor y significación todo tiempo y todo espacio”.
En el libro se van entreverando análisis filosóficos y referencias cinematográficas, alta especulación y consejos para el enamoramiento (al fin y al cabo, es un padre hablando a sus hijos), y todo con un tono fresco que facilita su lectura.
En el nº 2.948 de Vida Nueva.