Un sindiós


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

No son buenos tiempos para Dios. Hace ahora 70 años, un par de periodistas incrustados en las fuerzas aliadas fueron los ojos por los que el mundo empezó a ver el horror de los campos –aún humeantes– de concentración nazis. Tres décadas después, los corresponsales de guerra de Europa y Norteamérica describieron el furor cainita de los jemeres rojos. Para entonces ya se hablaba del silencio de Dios ante la barbarie ciega. Tardaron aún en caer los muros del gulag, que la televisión ofreció en directo, pero Dios tampoco había estado en ellos. Es más, tenía prohibida su entrada.

Hoy, los periodistas siguen mostrando el sinsentido, ahora de la mano del fundamentalismo religioso en Oriente Medio y en el Magreb, y volvemos a atizarle a Dios, pero para echarle la culpa de cortar cabezas en la era del acelerador de partículas. Le atizamos en ambos carrillos: por estar en el filo de los sables del Estado Islámico o por ni siquiera esperarle en barracones donde el hombre estaba solo, a merced de su hermano. Y lo aguanta todo, incluso los análisis denigrantes, literariamente hermosos, pero con chispa fraudulenta porque rezuman un conocimiento de la religión que acaba en el Dios de cartón piedra de Cecyl B. De Mille en aquellas tediosas tardes de colegio.

Efectivamente, de serie, los ateos también vienen dotados para ofrecer amor y sentir piedad, pero tampoco ellos están inmunizados contra la más absoluta de las vilezas. Justo cuando habíamos certificado la muerte de Dios, el mundo conoció las mayores aberraciones del hombre contra sí mismo.

También es cierto que las religiones, manipuladas a su antojo por el hombre (eclesiástico o no), acaban necesitando elementos correctores, otras personas que les devuelvan su esencia primigenia, esa que busca dar respuesta a la tendencia humana a la trascendencia, al hambre de sentido. Ignorar este anhelo es dar alas a otro fundamentalismo, el ateo, que rebrota con su ataque a la religión como mayor argumentario.

Afortunadamente, cada uno sigue siendo libre para buscar el sentido a su vida como le viene en gana. Incluso en cosas tan poco etéreas como un equipo de fútbol, por ejemplo. Aunque miles de millones siguen prefiriendo una buena historia, que, además, como la cristiana, mueve a utopías que nos invitan a ser mejores.

En el nº 2.950 de Vida Nueva

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