No es fácil hacer un análisis del viaje del Papa a Ecuador, Bolivia y Paraguay. Las dificultades son múltiples. Pero quizás la mayor dificultad se encuentre en la actitud de quienes escuchamos u observamos, y no en los gestos y palabras del Pontífice. Lo que hace y dice el Papa nos sorprende porque estamos acostumbrados a otra manera de hacer y decir. Atrapados por la cultura de lo inmediato, buscamos significados políticos, sociales o religiosos para el momento presente y no nos damos cuenta de que estamos asistiendo a los primeros brotes del futuro. Ni siquiera brotes, tan solo semillas. El sembrador salió a sembrar.
A cada paso y palabra del Papa, fueron apareciendo las interpretaciones interesadas: en primer lugar, de los políticos y, después, inmediatamente, de los medios.
Urgidos por sus propias necesidades, los políticos son los primeros que pretenden llevar agua para su molino en función del presente de cada uno.
Muestra de esta actitud fue el largo discurso de Evo Morales ante el Papa en el Encuentro de los Movimientos Populares. Aprovechó la tribuna que le ofrecía esa figura vestida de blanco, que pacientemente escuchaba su arenga, para desplegar su visión de Bolivia y del mundo. Poco antes, había captado la atención con un regalo que sacudió las tapas de los medios y las redes sociales. Después, 55 minutos del papa Francisco hablando con claridad demoledora convirtieron las palabras de Morales en historia, y el polémico crucifijo, en anécdota. No discutió, no contestó, no aprobó; simplemente, miró hacia delante, más allá del horizonte, hacia un futuro que está en el Evangelio y en el corazón de los más jóvenes, y no en las vetustas ideologías.
En los medios de comunicación, cada uno subraya lo que se acomoda mejor a sus líneas editoriales. Eso es lógico e inevitable. Cada editor está obligado a poner un título, una foto, una anécdota, y elegirá en función de las características de su medio y de sus lectores o audiencias.
Pero ni el análisis de los políticos ni la información de los medios sobre el viaje del Papa reflejan con precisión lo que acontece en el lugar de los hechos.
Filtros y visiones
A estas dos dificultades se agrega otra, hasta hace poco inexistente. Gracias a la revolución de las tecnologías, una multitud de medios católicos, agencias de noticias y portales de Internet, también católicos, compiten entre sí para ofrecernos su propia mirada de lo que hace o dice Francisco. Y ahí nuevamente aparece otro filtro. Cada uno subraya lo que, desde su visión de la Iglesia y el mundo, considera prioritario.
Este desplegará con detalle lo que ocurrió en la misa en la que se rezó por la familia y relegará a un segundo plano lo que ocurrió en la visita a una cárcel; otros titularán con entusiasmo lo afirmado en el Encuentro de los Movimientos Populares y dejarán en segundo plano el diálogo entre el Papa y los religiosos y religiosas. Nuevamente, quienes siguen los acontecimientos a través de los medios quedan en manos de la información y las interpretaciones de unos pocos que transmiten lo que ellos ven en los gestos del Papa y lo que escuchan de sus palabras.
Francisco sabe muy bien que todo esto funciona así, pero él no está pensando en lo que al día siguiente se dirá de lo que él dice. Parece más atento a otra cosa: no está escribiendo las tapas de los diarios, sino los libros de texto del futuro. Está reconstruyendo una imagen de la Iglesia y desandando siglos de errores o malos entendidos. Sabe que los periódicos mañana estarán en la basura, pero que sus palabras se estudiarán en los seminarios, se debatirán en las conferencias episcopales, se repetirán en los púlpitos, se tratarán en los ámbitos académicos, quedarán en los corazones de quienes estuvieron frente a él y serán transmitidas de generación en generación. El sembrador salió a sembrar.
Este viaje, que deberá complementarse con el ya próximo itinerario por Cuba y Estados Unidos, modifica los viejos relatos de las izquierdas y las derechas de todos los colores. La “doctrina de la seguridad nacional” y “las venas abiertas de América latina” pertenecen a una historia lejana y triste. Ahora, con el paso y el peso de la evolución de las ideas, del tiempo, de los errores, de las lágrimas, de las incomprensiones, de los esfuerzos de tantos hombres y mujeres, religiosos o no, y nada más y nada menos que con la fuerza del Evangelio, asistimos en las palabras del Papa al nacimiento de un nuevo futuro y a una nueva manera de leer la historia de estos pueblos.
En su discurso a los Movimientos Populares en Santa Cruz de la Sierra, el Papa afirmó que “la Iglesia no puede ni debe ser ajena a este proceso en el anuncio del Evangelio. Muchos sacerdotes y agentes pastorales cumplen una enorme tarea acompañando y promoviendo a los excluidos en todo el mundo, junto a cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo viviendas, trabajando abnegadamente en los campos de la salud, el deporte y la educación. Estoy convencido de que la colaboración respetuosa con los movimientos populares puede potenciar estos esfuerzos y fortalecer los procesos de cambio”.
Para los obispos en sus diócesis y en el trabajo de sus conferencias episcopales, estas palabras y la actitud del Papa suponen un desafío superlativo. Poner en una sola frase el anuncio del Evangelio como inseparable de la promoción de los excluidos, “impulsando emprendimientos y construyendo viviendas”, entre otras actividades igualmente concretas, desata una transformación en las estructuras pastorales difícil de dimensionar todavía.
De estos textos se alimentarán los seminaristas del futuro; estas actitudes generarán nuevas y diferentes vocaciones entre el pueblo de Dios. De qué manera leen estos discursos los políticos o los periodistas no es tan importante como la manera en que leerán estos textos los jóvenes, los catequistas, los animadores de las comunidades, los niños, las madres y los padres. El contacto directo entre el Evangelio y las dolorosas realidades de los pueblos es el que engendrará ese futuro que todavía resulta complejo describir.
Cuando el papa Francisco critica con dureza un sistema económico perverso, que pone al dinero y sus intereses por encima de las necesidades y derechos de los pueblos, termina la frase diciendo: “Ese sistema atenta contra el proyecto de Jesús. Contra la Buena Noticia que trajo Jesús”. La conclusión es obvia: hay un proyecto de Jesús, y los cristianos estamos al servicio de ese proyecto, y no de otro.
Luchar por la justicia y la dignidad de las personas no es una posibilidad entre otras, es algo que emerge del mismo Evangelio, no desde una ideología parecida al Evangelio.
Este es el desafío que el Papa plantea a las Iglesia locales y al que deberán responder con entrega y valentía, en primer lugar, los pastores. En Aparecida se habló de salir a anunciar el Evangelio, de una actitud misionera, de una gran misión continental; ahora se está hablando del contenido de esa misión. La alegría del Evangelio es inseparable del compromiso con la justicia y la lucha por la dignidad de las personas. El Kerigma, el núcleo de la Buena Noticia –“Jesús ha resucitado”– es inseparable del anuncio sobre el valor y la dignidad de cada vida humana.
El sembrador salió a sembrar futuro, y dijo: “De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que luchan por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo”.
En el nº 2.951 de Vida Nueva