JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
El papa Francisco es muy consciente de que le crecen por momentos los críticos, por eso, en su pontificado que, a conciencia, probablemente tenga fecha de caducidad, quiere adelantar todo lo que pueda. Con suavidad y determinación. A menos de un mes de la apertura de la asamblea sinodal para la familia, dos motu propios agilizan los trámites para las nulidades matrimoniales, una pesada carga para quienes no han tenido ninguna responsabilidad en fracasos siempre dolorosos, que hipotecan sus vidas y les convierte en cristianos de segunda.
Podía haber esperado unas semanas más, pero quiere ir concretando, no vaya a ser que luego los monseñores se le pierdan en disquisiciones etéreas y hasta esto se quede en el limbo sinodal. Y, de paso, en vísperas de acogerlos en su casa para charlar como hermanos, les dice quién manda en ella, después de todo.
Y la casa, ya se ha dicho, anda revuelta. También la de Añastro, donde, al parecer, existe “un gran malestar” en ese nada desdeñable sector que nunca se dejó seducir por el efecto Francisco. Los gestos de Bergoglio, que seducen a millones y han descabalgado incluso de prejuicios a veteranos analistas, van mucho más allá de lo que algunos quisieran.
Y lo reconocen quienes sí quieren. Son semanas de sobresaltos: la absolución del aborto (como si lo hubiese generalizado o fuese él el primer Papa en hacerlo…), su empeño en abordar lo de los divorciados vueltos a casar para habilitarles una habitación en el hospital de campaña, o lo de los refugiados, pidiéndonos que compartamos casa con ellos tiene al borde de la hipertensión pastoral a un sector de obispos y curas, según confiesan en ambas categorías.
Y al borde de la insumisión, que consistiría, en la práctica, “en que cada uno se voltearía para oír las campanas de su catedral”. Al parecer, no es la primera vez que desde la actual presidencia episcopal se ha de salir a defender a Francisco. Se cuestionan algunos postulados desde el punto de vista doctrinal y jurídico, algo que, además, detectan también entre muchos curas “jóvenes, medianos y mayores”.
Pero no todos miran de reojo a este Papa. Hay otros obispos que dedican su “sorpresa y desagrado” a la actitud de algunos purpurados que han perdido su sitio o lo andan buscado de nuevo.
En el nº 2.955 de Vida Nueva